Los miserables (Labaila tr.)/V.8.2
Un día Jean Valjean bajó la escalera, dio tres pasos en la calle, se sentó en el banco donde Gavroche, en la noche del 5 al 6 de junio, lo encontrara pensativo; estuvo allí tres minutos, y luego volvió a subir. Fue la última oscilación del péndulo. Al día siguiente no salió de la casa; al subsiguiente no salió de su lecho.
La portera, que le preparaba su parco alimento, miró el plato, y exclamó:
- ¡Pero si no habéis comidó ayer!
- Sí, comí -respondió Jean Valjean.
- El plato está como lo dejé.
- Mirad el jarro del agua. Está vacío.
- Lo que prueba que habéis bebido, no que habéis comido.
- No tenía ganas más que de agua.
- Cuando se siente sed y no se come al mismo tiempo, es señal de que hay fiebre.
- Mañana comeré.
- O el año que viene. ¿Por qué no coméis ahora? ¿A qué dejarlo para mañana? ¡Hacer tal desaire a mi comida! ¡Despreciar mis patatas que estaban tan buenas!
Jean Valjean tomó la mano de la portera y le dijo con bondadoso acento:
- Os prometo comerlas.
Transcurrió una semana sin que diera un paso por el cuarto. La portera dijo a su marido:
- El buen hombre de arriba no se levanta ya ni come. No durará mucho. ¡Los disgustos, los disgustos! Nadie me quitará de la cabeza que su hija se ha casado mal.
El portero replicó con el acento de la soberanía marital:
- Morirá.
Esa misma tarde la portera divisó en la calle a un médico del barrio, y acudió a él suplicándole que subiera a ver al enfermo.
- Es en el segundo piso -le dijo-. El infeliz no se mueve de la cama.
El médico vio a Jean Valjean y habló con él. Cuando bajó, la portera le preguntó por el paciente.
- Está muy grave -dijo el doctor.
- ¿Qué es lo que tiene?
- Todo y nada. Es un hombre que, según las apariencias, ha perdido a una persona querida. Algunos mueren de eso.
- ¿Qué os ha dicho?
- Que se sentía bien.
- ¿Volveréis?
- Sí -respondió el doctor- aunque le haría mejor que otra persona, no yo, regresara.