Los miserables (Labaila tr.)/IV.6.2
Al momento de estallar la insurrección, un niño andrajoso bajaba por Menilmontant con una vara florida en la mano. Vio de pronto en el suelo una vieja pistola inservible; arrojó lejos su vara, recogió la pistola, y se fue cantando a todo pulmón y blandiendo su nueva arma. Era Gavroche que se iba a la guerra.
Nunca supo que los dos niños perdidos a quienes acogiera una noche eran sus propios hermanos. ¡Encontrar en la noche dos hermanos y en la madrugada un padre! Después de ayudar a Thenardier, volvió al elefante, inventó algo de comer y lo compartió con los niños y después salió, dejándolos en manos de la madre calle. Al irse les dio este discurso de despedida: "Yo me largo, hijitos míos. Si no encontráis a papá y mamá, volved aquí en la tarde. Yo os daré algo de comer y os acostaré". Pero los niños no regresaron. Diez o doce semanas pasaron y Gavroche muchas veces se decía, rascándose la cabeza:
-¿Pero dónde diablos se metieron mis dos hijos?
Y ahora caminaba, muerto de hambre, pero alegre, en medio de una muchedumbre que huía despavorida. El iba cantando versos de la Marsellesa interpretados a su manera. En una calle encontró un guardia nacional caído con su caballo. Lo recogió, lo ayudó a poner de pie a su cabalgadura, y continuó su camino pistola en mano.
En el mercado, cuyo cuerpo de guardia había sido desarmado ya, se encontró con un grupo guiado por Enjolras, Courfeyrac, Combeferre, Feuilly, Bahorel y Prouvaire.
Enjolras llevaba una escopeta de caza de dos cañones; Combeferre, un fusil de guardia nacional y dos pistolas, que se le veían bajo su levita desabotonada; Prouvaire, un viejo mosquetón de caballería, y Bahorel una carabina; Courfeyrac blandía un estoque; Feuilly con un sable desnudo marchaba delante gritando: ¡Viva Polonia!
Venían del muelle Morland, sin corbata y sin sombrero, agitados, mojados por la lluvia, y con el fuego en los ojos. Gavroche se acercó a ellos con toda calma.
- ¿Adónde vamos? -preguntó.
- Ven -dijo Courfeyrac.
Un cortejo tumultuoso les seguía; estudiantes, artistas, obreros, hombres bien vestidos, armados de palos y de bayonetas, algunos con pistolas. Un anciano que parecía de mucha edad iba también en el grupo. No tenía armas y corría para no quedarse atrás, aunque parecía pensar en otra cosa y su andar era vacilante.
Era el señor Mabeuf. Courfeyrac lo había reconocido por haber acompañado muchas veces a Marius a su casa.
Conociendo sus costumbres pacíficas y extrañado al verlo en medio de aquel tumulto, se le acercó.
- Señor Mabeuf, volvéos a casa.
- ¿Por qué?
- Porque va a haber jarana.
- Está bien.
- ¡Sablazos, tiros, señor Mabeuf.
- Está bien.
- ¡Cañonazos!
- Está bien. ¿Adónde vais vosotros?
- Vamos a echar abajo el gobierno.
- Está bien.
Y los siguió sin volver a pronunciar una palabra. Su paso se había ido fortaleciendo; algunos obreros le ofrecieron el brazo y lo había rechazado con un movimiento de cabeza. Iba casi en la primera fila de la columna ya. Empezó a correr el rumor de que era un antiguo regicida.
Mientras tanto el grupo crecía a cada instante. Gavroche iba delante de todos, cantando a gritos.
En la calle Billettes, un hombre de alta estatura, que empezaba a encanecer y a quien nadie conocía, se sumó al grupo. Gavroche, distraído con sus cánticos, sus silbidos y sus gritos, con ir el primero, y con llamar en las tiendas con la culata de su pistola sin gatillo, no se fijó en aquel hombre.
Al pasar por la calle Verrerie frente a la casa de Courfeyrac, su portera le gritó:
- Señor Courfeyrac, adentro hay alguien que quiere hablaros.
- ¡Que se vaya al diablo! -dijo Courfeyrac.
- ¡Pero es que os espera hace más de una hora! -exclamó la portera.
Y al mismo tiempo un jovencillo vestido de obrero, pálido, delgado, pequeño, con manchas rojizas en la piel, cubierto con una blusa agujereada y un pantalón de terciopelo remendado, que tenía más bien facha de una muchacha vestida de muchacho que de hombre, salió de la portería, y dijo a Courfeyrac con una voz que no era por cierto de mujer:
- ¿Está con vos el señor Marius?
- No.
- ¿Volverá esta noche?
- No lo sé. Y lo que es yo, no volveré.
El muchacho le miró fijamente, y le preguntó:
- ¿Adónde vais?
- Voy a las barricadas.
- ¿Queréis que vaya con vos?
- ¡Si tú quieres! -respondió Courfeyrac- La calle es libre.
Y junto a sus amigos se encaminaron hasta la calle de la Chanvrerie, en el barrio de Saint-Denis.