Los miserables (Labaila tr.)/V.4.3
Un día el señor Gillenormand, mientras que su hija arreglaba los frascos y las tazas en el mármol de la cómoda, inclinado sobre Marius, le decía con la mayor ternura:
- Mira, querido mío, en tu lugar preferiría ahora la carne al pescado. Un lenguado frito es bueno al principio de la convalecencia; pero después al empezar a levantarse el enfermo, no hay como una chuleta.
Marius, que había recobrado ya casi todo su vigor, hizo un esfuerzo, se incorporó en la cama, apoyó las manos en la colcha, miró a su abuelo de frente, frunció el ceño, y dijo:
- Esto me ayuda a deciros una cosa.
- ¿Cuál?
- Que quiero casarme.
- Lo había previsto -dijo el abuelo soltando una carcajada.
- ¿Cómo previsto?
Marius, atónito y sin saber qué pensar, se sintió acometido de un temblor. El señor Gillenormand, continuó:
- Sí; verás colmados tus deseos; tendrás a esa preciosa niña. Ella viene todos los días, bajo la forma de un señor ya anciano, a saber de ti. Desde que estás herido pasa el tiempo en llorar y en hacer vendas. Me he informado, y resulta que vive en la calle del Hombre Armado, número 7. ¡Ah! ¿Conque la quieres? Perfectamente; la tendrás. Esto destruye todos tus planes, ¿eh? Habías formado tu conspiracioncilla, y te decías: "Voy a imponerle mi voluntad a ese abuelo, a esa momia de la Regencia y del Directorio, a ese antiguo pisaverde, a ese Dorante convertido en Geronte. También él ha tenido sus veinte años; será preciso que se acuerde." ¡Ah! Te has llevado un chasco, y bien merecido. Te ofrezco una chuleta y me respondes que quieres casarte. Golpe de efecto. Contabas con que habría escándalo, olvidándote de que soy un viejo cobarde. Estás con la boca abierta. No esperabas encontrar al abuelo más borrico que tú, y pierdes así el discurso que debías dirigirme. ¡Imbécil! Escucha. He tomado informes, pues yo también soy astuto, y sé que es hermosa y formal. Vale un Perú, te adora, y si hubieras muerto, habríamos sido tres; su ataúd hubiera acompañado al mío. Desde que te vi mejor, se me ocurrió traértela, pero una joven bonita no es el mejor remedio contra la fiebre. Por último, ¿a qué hablar más de eso? Es negocio hecho; tómala. ¿Te parezco feroz? He visto que no me querías, y he dicho para mis adentros: ¿qué podría hacer para que ese animal me quiera? Darle a su Cosette. Caballero, tomaos la molestia de casaros. ¡Sé dichoso, hijo de mi alma!
Dicho esto, el anciano prorrumpió en sollozos. Cogió la cabeza de Marius, la estrechó contra su pecho y los dos se pusieron a llorar. El llanto es una de las formas de la suprema dicha.
- ¡Padre! -exclamó Marius.
- ¡Ah! ¡Conque me quieres! -dijo el anciano.
Hubo un momento de inefable expansión, en que se ahogaban sin poder hablar. Por fin, el abuelo tartamudeó:
- Vamos, ya estás desenojado, ya has dicho padre.
Marius desprendió su cabeza de los brazos del anciano y dijo alzando apenas la voz:
- Pero, padre, ahora que estoy sano, me parece que podría verla.
- También lo tenía previsto. La verás mañana.
- ¡Padre!
- ¿Qué?
- ¿Por qué no hoy?
- Sea hoy, concedido. Me has dicho tres veces padre y vaya lo uno por lo otro. En seguida te la traerán. Lo tenía previsto, créeme.