Los miserables (Labaila tr.)/II.3.3
Llegaron cuatro nuevos viajeros.
Cosette pensaba tristemente que estaba oscuro ya, que había sido preciso llenar los jarros y las botellas en los cuartos de los viajeros recién llegados, y que no quedaba ya agua en la vasija. Lo que la tranquilizaba un poco era que en la casa de Thenardier no se bebía mucha agua. No faltaban personas que tuvieran sed, pero de esa sed que se aplaca más con el vino que con el agua. De pronto uno de los mercaderes ambulantes hospedados en el bodegón dijo con voz dura:
- A mi caballo no le han dado de beber.
- Sí, por cierto -dijo la mujer de Thenardier.
- Os digo que no -contestó el mercader.
Cosette había salido de debajo de la mesa.
- ¡Oh, sí, señor! -dijo-. El caballo ha bebido, y ha bebido en el cubo que estaba lleno, yo misma le he dado de beber, y le he hablado.
Esto no era cierto. Cosette mentía.
- Vaya una muchacha que parece un pajarillo y que echa mentiras del tamaño de una casa –dijo el mercader-. Te digo que no ha bebido, tunantuela. Cuando no bebe, tiene un modo de resoplar que conozco perfectamente.
Cosette insistió, añadiendo con una voz enronquecida por la angustia:
- ¡Pero si ha bebido! ¡Y con qué ganas!
- Bueno, bueno -replicó el hombre, enfadado-; que den de beber a mi caballo y concluyamos.
Cosette volvió a meterse debajo de la mesa.
- Tiene razón -dijo la Thenardier-; si el animal no ha bebido, es preciso que beba.
Después miró a su alrededor.
- Y bien, ¿dónde está ésa?
Se inclinó y vio a Cosette acurrucada al otro extremo de la mesa casi debajo de los pies de los bebedores.
- ¡Ven acá! -gritó furiosa.
Cosette salió de la especie de agujero en que se hallaba metida. La Thenardier continuó:
- Señorita perro-sin-nombre, vaya a dar de beber a ese caballo.
- Pero, señora -dijo Cosette, débilmente-, si no hay agua.
La Thenardier abrió de par en par la puerta de la calle.
- Pues bien, ve a buscarla.
Cosette bajó la cabeza, y fue a tomar un cubo vacío que había en el rincón de la chimenea. El cubo era más grande que ella y la niña habría podido sentarse dentro, y aun estar cómoda. La Thenardier volvió a su fogón y probó con una cuchara de palo el contenido de la cacerola, gruñendo al mismo tiempo:
- Oye tú, monigote, a la vuelta comprarás un pan al panadero. Ahí tienes una moneda de quince sueldos.
Cosette tenía un bolsillo en uno de los lados del delantal; tomó la moneda sin decir palabra, la guardó en aquel bolsillo y salió.