Los miserables (Labaila tr.)/I.7.2
Eran cerca de las ocho de la noche cuando el carruaje, después de un accidentado viaje, entró por la puerta cochera de la hostería de Arras.
El señor Magdalena descendió y entró al despacho de la posadera. Presentó su pasaporte y le preguntó si podría volver esa misma noche a M. en alguno de los coches de posta. Había precisamente un asiento desocupado y lo tomó.
- Señor -dijo la posadera-, debéis estar aquí a la una de la mañana en punto.
Salió de la posada y caminó unos pasos. Preguntó a un hombre en la calle dónde estaban los Tribunales.
- Si es una causa que queréis ver, ya es tarde porque suelen concluir a las seis -dijo el hombre al indicarle la dirección.
Pero cuando llegó estaban las ventanas iluminadas. Entró.
- ¿Hay medio de entrar a la sala de audiencia? -preguntó al portero.
- No se abrirá la puerta -fue la respuesta.
- ¿Por qué?
- Porque está llena la sala.
- ¿No hay un solo sitio?
- Ninguno. La puerta está cerrada y nadie puede entrar. Sólo hay dos o tres sitios detrás del señor presidente; pero allí sólo pueden sentarse los funcionarios públicos.
Y diciendo esto volvió la espalda. El viajero se retiró con la cabeza baja.
La violenta lucha que se libraba en su interior desde la víspera no había concluido; a cada momento entraba en una nueva crisis. De súbito sacó su cartera, cogió un lápiz y un papel y escribió rápidamente estas palabras: "Señor Magdalena, alcalde de M." Se dirigió al portero, le dio el papel y le dijo con voz de mando:
- Entregad esto al señor presidente.
El portero tomó el papel, lo miró y obedeció.