Los miserables (Labaila tr.)/II.2.3
A fines de octubre del año 1823, los habitantes de Tolón vieron entrar en su puerto, de resultas de un temporal y para reparar algunas averías, al navío Orión. Este buque, averiado como estaba, porque el mar lo había maltratado, hizo un gran efecto al entrar en la rada. Fondeó cerca del arsenal, y se trató de armarlo y repararlo. Una mañana la multitud que lo contemplaba fue testigo de un accidente.
Cuando la tripulación estaba ocupada en envergar las velas, un gaviero perdió el equilibrio. Se le vio vacilar; la cabeza pudo más que el cuerpo; el hombre dio vueltas alrededor de la verga, con las manos extendidas hacia el abismo; cogió al paso, con una mano primero y luego con la otra, el estribo, y quedó suspendido de él. Tenía el mar debajo, a una profundidad que producía vértigo. La sacudida de su caída había imprimido al estribo un violento movimiento de columpio. El hombre iba y venía agarrado a esta cuerda como la piedra de una honda.
Socorrerle era correr un riesgo fatal. Ninguno de los marineros se atrevía a aventurarse. La multitud esperaba ver al desgraciado gaviero de un minuto a otro soltar la cuerda, y todo el mundo volvía la cabeza para no presenciar su muerte.
De pronto se vio a un hombre que trepaba por el aparejo con la agilidad de un tigre. Iba vestido de rojo, era un presidiario; llevaba un gorro verde, señal de condenado a cadena perpetua. Al llegar a la altura de la gavia, un golpe de viento le llevó el gorro, y dejó ver una cabeza enteramente blanca.
El individuo, perteneciente a un grupo de presidiarios empleados a bordo, había corrido en el primer instante a pedir al oficial permiso para arriesgar su vida por salvar al gaviero.
A un signo afirmativo del oficial, rompió de un martillazo la cadena sujeta a la argolla de su pie, tomó luego una cuerda, y se lanzó a los obenques. Nadie notó en aquel instante la facilidad con que rompió la cadena.
En un abrir y cerrar de ojos estuvo en la verga; llegó a la punta, ató a ella un cabo de la cuerda que llevaba, y dejó suelto el otro cabo; después empezó a bajar deslizándose por esta cuerda y se acercó al marinero. Entonces hubo una doble angustia; en vez de un hombre suspendido sobre el abismo había dos.
Pero el presidiario logró atar al gaviero sólidamente con la cuerda a que se sujetaba con una mano. Subió sobre la verga, y tiró del marinero hasta que lo tuvo también en ella; después lo cogió en sus brazos y lo llevó a la gavia, donde le dejó en manos de sus camaradas. Se preparó entonces para bajar inmediatamente a unirse a la cuadrilla a que pertenecía. Para llegar más pronto, se dejó resbalar y echó a correr por una entena baja.
Todas las miradas lo seguían. Por un momento se tuvo miedo; sea que estuviese cansado, sea que se mareara, lo cierto es que se le vio tambalear. De pronto la muchedumbre lanzó un grito; el presidiario acababa de caer al mar.
La caída era peligrosa. La fragata Algeciras estaba anclada junto al Orión, y el pobre presidiario había caído entre los dos buques. Era muy de temer que hubiera ido a parar debajo del uno o del otro. Cuatro hombres se lanzaron en una embarcación. La muchedumbre los animaba, y la ansiedad había vuelto a aparecer en todos los semblantes.
El hombre no subió a la superficie. Había desaparecido en el mar sin dejar una huella. Se sondeó, y hasta se buscó en el fondo. Todo fue en vano; no se halló ni siquiera el cadáver.
Al día siguiente, el diario de Tolón imprimía estas líneas: "7 de noviembre de 1823. - Un presidiario que se hallaba trabajando con su cuadrilla a bordo del Orión, al socorrer ayer a un marinero, cayó al mar y se ahogó. Su cadáver no ha podido ser hallado. Se cree que habrá quedado enganchado en las estacas de la punta del arsenal. Este hombre estaba inscrito en el registro con el número 9.430, y se llamaba Jean Valjean".