Los miserables (Labaila tr.)/IV.6.3
A esa hora Laigle, Joly y Grantaire se encontraban en la, en aquella época, célebre taberna Corinto, situada en la calle de la Chanvrerie desde hacía trescientos años, y cuyos dueños se sucedían de padres a hijos.
Hacia 1830, el dueño murió y su viuda no supo mantener el prestigio de la taberna; la cocina bajó su calidad y el vino, que siempre fue malo, se hizo intomable. Sin embargo, Courfeyrac y sus camaradas continuaron yendo allí, por compasión, decía Laigle.
Ese día los tres amigos comieron y bebieron copiosamente y se burlaron de todo, como de costumbre. De pronto vieron aparecer a un niño de unos diez años, todo despeinado, empapado por la lluvia, y con una gran sonrisa en sus labios. Los miró atentamente y se dirigió sin vacilar a Laigle.
- Un rubio alto me dijo que viniera aquí y dijera al señor Laigle de su parte este mensaje: "ABC". Es una broma, ¿verdad?
- ¿Cómo te llamas? -le preguntó Laigle.
- Navet, soy amigo de Gavroche.
- Quédate con nosotros a almorzar.
- No puedo, voy en el cortejo, soy el que grita ¡abajo Polignac!
Hizo una reverencia y se fue.
- ABC, es decir, entierro de Lamarque -dijo Laigle-. ¿Iremos?
- Llueve -dijo Joly-, no quiero resfriarme.
- Yo prefiero un almuerzo a un entierro.
- Entonces nos quedamos -concluyó Laigle.
Y continuaron con su almuerzo alegremente. Pasaron las horas y ya no quedaba nadie más en la taberna. Laigle, bastante borracho, estaba sentado en la ventana cuando súbitamente sintió un tumulto en la calle y gritos de ¡a las armas! y vio pasar a sus amigos encabezados por Enjolras y seguidos por un extraño grupo vociferante. Llamó a gritos a Courfeyrac. Courfeyrac lo vio y se le acercó.
- ¿A dónde van? -preguntó Laigle.
- A hacer una barricada.
- Háganla aquí, este lugar está perfecto.
- Es cierto, Laigle, tienes razón.
Y a una señal de Courfeyrac, el tropel se precipitó hacia Corinto.
A aquella famosa barricada de la Chanvrerie, sumergida hoy en una noche profunda, es a la que vamos a dar un poco de luz.
Corinto se componía de una sala baja donde estaba el mostrador, y otra sala en el segundo piso a la que se subía por una escalera de caracol que se abría al techo; en la sala baja había una trampa por donde se bajaba al sótano. La cocina dividía el entresuelo del mostrador.
Gavroche iba y venía, subía, bajaba, metía ruido, brillaba, era un torbellino. Se le veía sin cesar; se le oía continuamente; llenaba todo el espacio. La enorme barricada sentía su acción. Molestaba a los transeúntes, excitaba a los perezosos, reanimaba a los fatigados, impacientaba a los pensativos, alegraba a unos, esperanzaba o encolerizaba a otros, y ponía a todos en movimiento.