Los miserables (Labaila tr.)/V.4.7
La dicha no consiguió borrar en el espíritu de Marius otras preocupaciones.
Mientras llegaba la época fijada, se dedicó a hacer escrupulosas indagaciones retrospectivas. Tenía deudas de gratitud con dos personas, tanto en nombre de su padre como en el suyo propio. Una era con Thenardier, y la otra con el desconocido que lo llevó a casa de su abuelo.
Deseaba encontrar a estos dos hombres, pues no podía conciliar la idea de su felicidad con la de olvidarlos, pareciéndole que esas deudas de gratitud no pagadas ensombrecerían su vida futura.
El que Thenardier fuese un infame no impedía que hubiera salvado al coronel Pontmercy. Thenardier era un bandido para todos excepto para Marius, que ignoraba la verdadera escena del campo de batalla de Waterloo y no sabía, por lo tanto que su padre, aunque debía la vida a Thenardier, no le debía, en atención a las circunstancias particulares de aquel hecho, ninguna gratitud.
Pero no logró descubrir la pista de Thenardier. Sólo averiguó que su mujer había muerto en la cárcel durante el proceso. Thenardier y su hija Azelma, únicos personajes que quedaban de aquel deplorable grupo, habían desaparecido de nuevo en las tinieblas.
En cuanto al individuo que había salvado a Marius, las indagaciones llegaron hasta el carruaje que lo trajera a casa de su abuelo, la noche del 6 de junio. El cochero contó su historia con el policía, la captura del hombre que salió de la cloaca con el herido a cuestas, la llegada a la calle de las Hijas del Calvario, y finalmente el momento en que el policía lo despachó y se llevó al otro individuo.
Marius sólo recordaba haber perdido el conocimiento cuando una mano lo cogió al momento de caer al suelo, y luego despertó en casa del abuelo. Se perdía en conjeturas. ¿Cómo, si cayó en la calle de la Chanvrerie el policía lo recogió en el puente de los Inválidos? Alguien lo había trasladado desde el barrio del Mercado a los Campos Elíseos a través de la cloaca. ¡Inaudita abnegación! ¿Y quién era ese alguien? ¿Habría muerto? ¿Qué clase de hombre era? Nadie podía decirlo. El cochero se limitaba a responder que la noche estaba muy oscura; Vasco y Nicolasa, en su azoramiento, habían mirado sólo al señorito cubierto de sangre.
Esperando que lo ayudarían en sus investigaciones, conservó Marius la ropa ensangrentada que tenía puesta esa noche. Al examinar la levita, notó que a uno de los faldones le faltaba un pedazo. Una tarde hablaba Marius delante de Cosette y de Jean Valjean de esta singular aventura y de la inutilidad de sus esfuerzos. Le molestó el rostro frío del señor Fauchelevent, y exclamó con una vivacidad que casi tenía la vibración de la cólera:
- Sí, ese hombre, quienquiera que sea, ha sido sublime. ¿Sabéis qué hizo? Se arrojó en medio del combate, me sacó de allí, abrió la alcantarilla, bajó a ella conmigo. Tuvo que andar más de legua y media por horribles galerías subterráneas, encorvado en medio de las tinieblas, a través de las cloacas. ¿Y con qué objeto? Sin otro objeto que salvar un cadáver. Y el cadáver era yo. Sin duda pensó: quizás en ese miserable haya todavía un resto de vida y para salvar esa pobre chispa voy a aventurar mi existencia. ¡Y no la arriesgó una vez, sino veinte! Cada paso era un peligro. La prueba es que lo prendieron al salir de la cloaca. ¿Sabéis que ese hombre hizo todo esto sin esperar ninguna recompensa? ¿Qué era yo? Un insurrecto, un vencido. ¡Oh!, si los seiscientos mil francos de Cosette fuesen míos...
- Son vuestros -interrumpió Jean Valjean.
- Pues bien -continuó Marius-, los daría por encontrar a ese hombre.
Jean Valjean guardó silencio.