Los miserables (Labaila tr.)/V.1.1
Enjolras había ido a hacer un reconocimiento, saliendo por la callejuela de Mondetour y serpenteando a lo largo de las casas. Al regresar, dijo:
- Todo el ejército de París está sobre las armas. La tercera parte de este ejército pesa sobre la barricada que defendéis, y además está la guardia nacional. Dentro de una hora seréis atacados. En cuanto al pueblo, ayer mostró efervescencia pero hoy no se mueve. No hay nada que esperar. Estáis abandonados.
Estas palabras causaron el efecto de la primera gota de la tempestad que cae sobre un enjambre. Todos quedaron mudos; en el silencio se habría sentido pasar la muerte. De pronto surgió una voz desde el fondo:
- Con o sin auxilio, ¡qué importa! Hagámonos matar aquí hasta el último hombre.
Esas palabras expresaban el pensamiento de todos y fueron acogidas con entusiastas aclamaciones.
- ¿Por qué morir todos? -dijo Enjolras-. Los que tengáis esposas, madres, hijos, tenéis obligación de pensar en ellos. Salgan, pues, de las filas todos los que tengan familia. Tenemos uniformes militares para que podáis filtraros entre los atacantes.
Nadie se movió.
- ¡Lo ordeno! -gritó Enjolras.
- Os lo ruego -dijo Marius.
Para todos era Enjolras el jefe de la barricada, pero Marius era su salvador. Empezaron a denunciarse entre ellos.
- Tú eres padre de familia. Márchate -decía un joven a un hombre mayor.
- A ti es a quien toca irse -respondía aquel hombre-, pues mantienes a tus dos hermanas.
Se desató una lucha inaudita, nadie quería que lo dejaran fuera de aquel sepulcro.
- Designad vosotros mismos a las personas que hayan de marcharse -ordenó Enjolras.
Se obedeció esta orden. Al cabo de algunos minutos fueron designados cinco por unanimidad, y salieron de las filas.
- ¡Son cinco! -exclamó Marius.
No había más que cuatro uniformes.
- ¡Bueno! -dijeron los cinco-, es preciso que se quede uno.
Y empezó de nuevo la generosa querella. Pero al final eran siempre cinco, y sólo cuatro uniformes.
En aquel instante, un quinto uniforme cayó, como si lo arrojaran del cielo, sobre los otros cuatro. El quinto hombre se había salvado.
Marius alzó los ojos, y reconoció al señor Fauchelevent. Jean Valjean acababa de entrar a la barricada. Nadie notó su presencia, pero él había visto y oído todo; y despojándose silenciosamente de su uniforme de guardia nacional, lo arrojó junto a los otros.
La emoción fue indescriptible.
- ¿Quién es ese hombre? -preguntó Laigle.
- Un hombre que salva a los demás -contestó Combeferre.
Marius añadió con voz sombría:
- Lo conozco.
Que Marius lo conociera les bastó a todos.
Enjolras se volvió hacia Jean Valjean y le dijo:
- Bienvenido, ciudadano.
Y añadió:
- Supongo que sabréis que vamos a morir por la Revolución.
Jean Valjean, sin responder, ayudó al insurrecto a quien acababa de salvar a ponerse el uniforme.