Los miserables (Labaila tr.)/II.4.3
Jean Valjean tenía la prudencia de no salir nunca de día. Todas las tardes, al oscurecer, se paseaba unas horas, algunas veces solo, otras con Cosette; buscaba las avenidas arboladas de los barrios más apartados, y entraba en las iglesias a la caída de la noche.
Iba mucho a San Medardo, que era la iglesia más cercana. Cuando no llevaba a Cosette, la dejaba con la portera.
Vivían sobriamente, pero nunca les faltaba un poco de fuego. Jean Valjean continuaba vistiendo su abrigo ajustado y amarillento y su viejo sombrero. En la calle se le tomaba por un pobre. Sucedía a veces que algunas mujeres caritativas le daban un sueldo; él lo recibía y hacía un saludo profundo. Sucedía en otras ocasiones también que encontraba a algún mendigo pidiendo limosna; entonces miraba hacia atrás por si lo veía alguien, se acercaba rápidamente al desdichado, le ponía en la mano una moneda, muchas veces de plata y se alejaba precipitadamente. Esto tuvo sus inconvenientes, pues en el barrio se le empezó a conocer con el nombre de "el mendigo que da limosna".
La portera, vieja regañona, llena de envidia hacia el prójimo, vigilaba a Jean Valjean sin que éste lo sospechara. Era algo sorda, lo cual la hacía charlatana. Sólo le quedaban del pasado dos dientes, uno arriba y otro abajo, que hacía chocar constantemente. Hizo mil preguntas a Cosette, quien, no sabiendo nada, sólo había podido decir que venía de Montfermeil. Una mañana que estaba al acecho, vio entrar a Jean Valjean en uno de los cuartos deshabitados de la casa y su actitud le pareció extraña. Lo siguió a paso de gata vieja y pudo observar, sin ser vista, por las rendijas de la puerta. Jean Valjean, sin duda para mayor precaución, se había puesto de espaldas a esta puerta. Pero la vieja lo vio sacar del bolsillo un estuche, hilo y tijeras; después se puso a descoser el forro de uno de los faldones de su abrigo, de donde sacó un papel amarillento que desdobló. La vieja vio con asombro que era un billete de mil francos. Era el segundo o tercero que veía desde que estaba en el mundo. Se retiró espantada.
Poco después Jean Valjean le pidió que fuera a cambiar el billete de mil francos, añadiendo que era el semestre de su renta que había cobrado la víspera. "¿Dónde?", pensó la vieja, "no ha salido hasta las seis de la tarde, y la Caja no está abierta a esa hora, ciertamente". La portera fue a cambiar el billete haciéndose mil conjeturas. El billete de mil francos produjo infinidad de comentarios entre las comadres de la calle Vignes-Saint-Marcel.
Un día que se hallaba sola en la habitación, vio el abrigo, cuyo forro había sido vuelto a coser, colgado de un clavo, y lo registró. Le pareció palpar más billetes. ¡Sin duda otros billetes de mil francos! Notó además que había muchas clases de cosas en los bolsillos además de las agujas, las tijeras y el hilo: una abultada cartera, un cuchillo enorme y, detalle muy sospechoso, varias pelucas de distintos colores.
Los habitantes de casa Gorbeau llegaron así a los últimos días del invierno.