Los miserables (Labaila tr.)/V.4.5
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Jean Valjean después del caso Champmathieu pudo, gracias a su primera evasión, ir a París y retirar de Casa Laffitte la suma que tenía depositada a nombre del señor Magdalena. Temiendo ser apresado de nuevo, escondió el dinero en el bosque de Montfermeil dentro de un pequeño cofre de madera. Junto a los billetes puso su otro tesoro, los candelabros del obispo. Fue en esa ocasión cuando lo vio Boulatruelle por primera vez. Cada vez que necesitaba dinero, venía Jean Valjean al bosque.
Cuando supo que Marius comenzaba a convalecer, pensó que había llegado la hora en que aquel dinero sería de utilidad, y fue a buscarlo. Fue la segunda y última vez que lo vio Boulatruelle.
De los seiscientos mil francos originales, Jean Valjean había retirado cinco mil francos, que fue lo que costó la educación de Cosette, más quinientos francos para sus gastos personales.
Los dos ancianos procuran labrar, cada uno a su manera, la felicidad de Cosette. Jean Valjean sabía que nada tenía ya que temer de Javert. Había oído contar, y lo vio confirmado en el Monitor, el caso de un inspector de policía, llamado Javert, al que encontraron ahogado debajo de un lanchón, entre el Pont-du-Change y el Puente Nuevo.
Un escrito que había dejado el tal inspector, hombre por otra parte irreprochable y apreciadísimo de sus jefes, inducía a creer en un acceso de enajenación mental como causa inmediata del suicidio.
- En efecto -pensó Jean Valjean- debía estar loco cuando, a pesar de tenerme en su poder, me dejó ir libre.
Se dispuso todo para el casamiento, que se fijó para el mes de febrero. Corría el mes de diciembre.
Cosette y Marius habían pasado repentinamente del sepulcro al paraíso. La transición había sido tan inesperada que casi les hizo perder el sentido.
- ¿Comprendes algo de todo esto? -preguntaba Marius a Cosette.
- No -respondía Cosette-; pero me parece que Dios nos está mirando.
Jean Valjean concilió y facilitó todo, apresurando la dicha de Cosette con tanta solicitud y alegría, a lo menos en la apariencia, como la joven misma.
La circunstancia de haber sido alcalde le ayudó a resolver un problema delicado, cuyo secreto le pertenecía a él sólo: el estado civil de Cosette. Supo allanar todas las dificultades, dando a Cosette una familia de personas ya difuntas, lo cual era el mejor medio de evitar problemas. Cosette era el último vástago de un tronco ya seco; debía el nacimiento, no a él, sino a otro Fauchelevent, hermano suyo.
Los dos hermanos habían sido jardineros en el convento del Pequeño Picpus. Las buenas monjas dieron excelentes informes. Poco aptas y sin inclinación a sondear las cuestiones de paternidad, no supieron nunca fijamente de cuál de los dos Fauchelevent era hija Cosette. Se extendió un acta y Cosette fue, ante la ley, la señorita Eufrasia Fauchelevent, huérfana de padre y madre.
En cuanto a los quinientos ochenta y cuatro mil francos, era un legado hecho a Cosette por una persona, ya difunta, y que deseaba permanecer desconocida.
Había esparcidas acá y allá algunas singularidades; pero se hizo la vista gorda. Uno de los interesados tenía los ojos vendados por el amor y los demás por los seiscientos mil francos.
Cosette supo que no era hija de aquel anciano, a quien había llamado padre tanto tiempo. En otra ocasión esto la habría lastimado, pero en aquellos momentos supremos de inefable felicidad, fue apenas una sombra, una nubecilla, que el exceso de alegría disipó pronto. Tenía a Marius. Al mismo tiempo de desvanecerse para ella la personalidad del anciano, surgía la del joven. Así es la vida. Continuó, sin embargo, llamando padre a Jean Valjean.
Se dispuso que los esposos habitaran en casa del abuelo. El señor Gillenormand quiso cederles su cuarto por ser el más hermoso de la casa.
- Esto me rejuvenecerá -decía-. Es un antiguo proyecto. Había tenido siempre la idea de cónvertir mi cuarto en cámara nupcial.
Su biblioteca se transformó en despacho de abogado para Marius.