Los miserables (Labaila tr.)/V.1.2
Nada hay más curioso que una barricada que se prepara a recibir el asalto. Cada uno elige su sitio y su postura.
Como la víspera por la noche, la atención de todos se dirigía hacia el extremo de la calle, ahora clara y visible. No aguardaron mucho tiempo. El movimiento empezó a oírse distintamente aunque no se parecía al del primer ataque. Esta vez el crujido de las cadenas, el alarmante rumor de una masa, la trepidación del bronce al saltar sobre el empedrado, anunciaron que se aproximaba alguna siniestra armazón de hierro.
Apareció un cañón. Se veía humear la mecha.
- ¡Fuego! -gritó Enjolras.
Toda la barricada hizo fuego, y la detonación fue espantosa. Después de algunos instantes se disipó la nube, y el cañón y los hombres reaparecieron. Los artilleros acababan de colocarlo enfrente de la barricada, ante la profunda ansiedad de los insurgentes. Salió el tiro, y sonó la detonación.
- ¡Presente! -gritó una voz alegre.
Y al mismo tiempo que la bala dio contra la barricada se vio a Gravroche lanzarse dentro.
El pilluelo produjo en la barricada más efecto que la bala, que se perdió en los escombros. Todos rodearon a Gavroche. Pero Marius, nervioso y sin darle tiempo para contar nada, lo llevó aparte.
- ¿Qué vienes a hacer aquí?
- ¡Psch! -le respondió el pilluelo-. ¿Y vos?
Y miró fijamente a Marius con su típico descaro.
- ¿Quién te dijo que volvieras? Supongo que habrás entregado mi carta.
No dejaba de escocerle algo a Gavroche lo pasado con aquella carta; pues con la prisa de volver a la barricada, más bien que entregarla, lo que hizo fue deshacerse de ella.
Para salir del apuro, eligió el medio más sencillo, que fue el de mentir sin pestañar.
- Ciudadano, entregué la carta al portero. La señora dormía, y se la darán en cuanto despierte.
Marius, al enviar aquella carta, se había propuesto dos cosas: despedirse de Cosette y salvar a Gavroche. Tuvo que contentarse con la mitad de lo que quería.
El envío de su carta y la presencia del señor Fauchelevent en la barricada ofrecían cierta correlación, que no dejó de presentarse a su mente, y dijo a Gavroche, mostrándole al anciano:
- ¿Conoces a ese hombre?
- No -contestó Gavroche.
En efecto, sólo vio a Jean Valjean de noche.
Y ya estaba al otro extremo de la barricada, gritando:
- ¡Mi fusil!
Courfeyrac mandó que se lo entregasen.
Gavroche advirtió a los camaradas (así los llamaba) que la barricada estaba bloqueada. Dijo que a él le costó mucho trabajo llegar hasta allí. Un batallón de línea tenía ocupada la salida de la calle del Cisne; y por el lado opuesto, estaba apostada la guardia municipal. Enfrente estaba el grueso del ejército. Cuando hubo dado estas noticias, añadió Gavroche:
- Os autorizo para que les saquéis la mugre.