Los miserables (Labaila tr.)/III.4.4
Lo ocurrido en aquella reunión produjo en Marius una conmoción profunda, y una oscuridad triste en su alma. ¿Debía abandonar una fe cuando acababa de adquirirla? Se dijo que no, se aseguró que no debía dudar; pero, a pesar suyo, dudaba.
Temía, después de haber dado tantos pasos que lo habían aproximado a su padre, dar otros nuevos que lo alejaran de él. Ya no estaba de acuerdo ni con su abuelo, ni con sus amigos; era temerario para el uno, retrógrado para los otros. Dejó de ir al Café Musain.
Esta turbación de su conciencia no le permitía pensar en algunos pormenores bastante serios de la vida; pero una mañana entró en su cuarto el dueño de la hostería y le dijo:
- El señor Courfeyrac ha respondido por vos.
- Sí.
- Pero necesito dinero.
- Decid al señor Courfeyrac que venga, que tengo que hablarle -dijo Marius.
Fue Courfeyrac y los dejó el hotelero. Marius le dijo que lo que no había pensado aún decirle era que estaba solo en el mundo y no tenía parientes.
- ¿Y qué vais a hacer? -dijo Courfeyrac.
- No lo sé -respondió Marius.
- ¿Tenéis dinero?
- Quince francos.
- ¿Queréis que os preste?
- No, jamás.
- ¿Tenéis ropa?
- Esta que veis.
- ¿Tenéis joyas?
- Un reloj.
- ¿De plata?
- De oro.
- Yo sé de un prendero que os comprará vuestro abrigo y un pantalón.
- Bueno.
- No tendréis ya más que un pantalón, un chaleco, un sombrero y un traje.
- Y las botas.
- ¡Qué! ¿No iréis con los pies descalzos? ¡Qué opulencia!
- Tendré bastante.
- Sé de un relojero que os comprará el reloj.
- Bueno.
- No, no es bueno. ¿Qué haréis después?
- Lo que sea preciso. A lo menos, todo lo que sea honrado.
- ¿Sabéis inglés?
- No.
- ¿Sabéis alemán?
- No.
- Una lástima.
- ¿Por qué?
- Porque un librero amigo mío está publicando una especie de enciclopedia, para la cual podríais traducir artículos alemanes o ingleses. Se paga mal, pero se vive.
- Aprenderé el inglés y el alemán.
- ¿Y mientras tanto?
- Comeré mi ropa y mi reloj.
Llamaron al prendero, y compró la ropa en veinte francos. Fueron a casa del relojero y vendieron el reloj en cuarenta y cinco francos.
- No está mal -dijo Marius a Courfeyrac al regresar a la hostería- con mis quince francos tengo ochenta.
- ¿Y la cuenta del hotel?
- Es verdad, la olvidaba -dijo Marius.
El hotelero presentó la cuenta, y hubo que pagarla en seguida. Eran setenta francos.
- Me quedan diez francos -dijo Marius.
- ¡Malo! -dijo Courfeyrac-; gastaréis cinco francos en comer mientras aprendéis inglés, y cinco francos mientras aprendéis alemán. Será como tragar una lengua muy de prisa, o gastar cien sueldos muy lentamente.
Mientras tanto, la tía Gillenormand, que era bastante buena en el fondo, había logrado descubrir la morada de Marius.
Una mañana, cuando Marius volvía de la cátedra, se encontró con una carta de su tía y las "sesenta pistolas", es decir, seiscientos francos en oro dentro una cajita cerrada.
Marius devolvió el dinero a su tía con una respetuosa carta en que aseguraba que tenía medios para vivir, y que podía cubrir todas sus necesidades. En aquel momento le quedaban tres francos.
La tía no dijo nada al abuelo, para no enojarlo. Además, ¿no le había dicho que no le hablara nunca más de ese bebedor de sangre?
Marius abandonó el hotel de la Puerta SaintJacques, para no contraer más deudas.