Los miserables (Labaila tr.)/V.1.7
Cuando Jean Valjean se quedó solo con Javert, desató la cuerda que sujetaba al prisionero a la mesa. Enseguida le indicó que se levantara.
Javert obedeció con una indefinible sonrisa.
Jean Valjean lo tomó de una manga como se tomaría a un asno de la rienda, y arrastrándolo tras de sí salió de la taberna con lentitud, porque Javert, a causa de las trabas que tenía puestas en las piernas, no podía dar sino pasos muy cortos.
Jean Valjean llevaba la pistola en la mano.
Atravesaron de este modo el interior de la barricada. Los insurrectos, todos atentos al ataque que iba a sobrevenir, tenían vuelta la espalda. Sólo Marius los vio pasar.
Atravesaron la pequeña trinchera de la callejuela Mondetour, y se encontraron solos en la calle. Entre el montón de muertos se distinguía un rostro lívido, una cabellera suelta, una mano agujereada en medio de un charco de sangre: era Eponina.
Javert dijo a media voz, sin ninguna emoción:
- Me parece que conozco a esa muchacha.
Jean Valjean colocó la pistola bajo el brazo y fijó en Javert una mirada que no necesitaba palabras para decir: Javert, soy yo.
Javert respondió:
- Toma tu venganza.
Jean Valjean sacó una navaja del bolsillo, y la abrió.
- ¡Una sangría! -exclamó Javert-. Tienes razón. Te conviene más.
Jean Valjean cortó las cuerdas que ataban las muñecas del policía, y luego las de los pies. Después le dijo:
- Estáis libre.
Javert no era hombre que se asombraba fácilmente. Sin embargo, a pesar de ser tan dueño de sí mismo, no pudo menos de sentir una conmoción. Se quedó con la boca abierta e inmóvil. Jean Valjean continuó:
- No creo salir de aquí. No obstante, si por casualidad saliera, vivo con el nombre de Fauchelevent, en la calle del Hombre Armado, número 7.
Javert entreabrió los labios como un tigre y murmuró entre dientes:
- Ten cuidado.
- Idos -dijo Jean Valjean.
Javert repuso:
- ¿Has dicho Fauchelevent, en la calle del Hombre Armado?
- Número siete.
Javert repitió a media voz:
- Número siete.
Se abrochó la levita, tomó cierta actitud militar, dio media vuelta, cruzó los brazos sosteniendo su mentón con una mano, y se encaminó en la dirección del Mercado. Jean Valjean le seguía con la vista. Después de dar algunos pasos, Javert se volvió y le gritó:
- No me gusta esto. Matadme mejor.
Javert, sin advertirlo, no lo tuteaba ya.
- Idos -dijo Jean Valjean.
Javert se alejó poco a poco. Cuando hubo desaparecido, Jean Valjean descargó la pistola al aire. En seguida entró de nuevo en la barricada, y dijo:
- Ya está hecho.
Mientras esto sucedía, Marius, que había reconocido a último momento a Javert en el espía maniatado que caminaba hacia la muerte, se acordó del inspector que le proporcionara las dos pistolas de que se había servido en esta misma barricada; pensó que debía intervenir en su favor. En aquel momento se oyó el pistoletazo y Jean Valjean volvió a aparecer en la barricada. Un frío glacial penetró en el corazón de Marius.