Los miserables (Labaila tr.)/IV.6.6
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Aquella voz que a través del crepúsculo había llamado a Marius a la barricada de la calle de la Chanvrerie, le había producido el mismo efecto que la voz del destino. Quería morir, y se le presentaba la ocasión; llamaba a la puerta de la tumba, y una mano en la sombra le tendía la llave. Marius salió del jardín, y dijo: ¡Vamos!
El joven que le hablara se había perdido en la oscuridad de las calles.
Marius caminaba decidido, con la voluntad del hombre sin esperanza; lo habían llamado, y tenía que ir. Encontró medio de atravesar por entre la multitud y las tropas, se ocultó de las patrullas y evitó los centinelas. Oyó un tiro que no supo de dónde venía; el fogonazo atravesó la oscuridad. Pero no se detuvo.
Así llegó a la callejuela Mondetour, que era la única comunicación conservada por Enjolras con el exterior. Un poco más allá de la esquina con la calle de la Chanvrerie, distinguió el resplandor de una lamparilla, una pequeña parte de la taberna, y unos cuantos hombres acurrucados con fusiles entre las rodillas. Era el interior de la barricada.
Todo esto a pocos metros de él. Marius no tenía más que dar un paso. Entonces el desdichado joven se sentó en un adoquín, cruzó los brazos, y se echó a llorar amargamente.
¿Qué hacer? Vivir sin Cosette era imposible; y puesto que se había marchado, era preciso morir. ¿Para qué, pues, vivir? No podía además abandonar a sus amigos que lo esperaban, que quizá lo necesitaban, que eran un puñado contra un ejército. Vio abrirse ante él la guerra civil.
Pensando así, decaído pero resuelto, temblando ante lo que iba a hacer, su mirada vagaba por el interior de la barricada.