Los miserables (Labaila tr.)/V.7.3
Fue la última vez. Después de aquel relámpago vino la extinción absoluta. No más familiaridad, no más buenos días acompañados de un beso, no más esa palabra tan dulce: ¡padre! Se vio, tal como él mismo lo buscara, despojado sucesivamente de todas sus alegrías; y su mayor miseria fue que, después de haber perdido a Cosette en un solo día, le era preciso perderla ahora otra vez paso a paso.
Pero le bastaba con ver a Cosette todos los días, ¿qué más necesitaba? Toda su vida se centraba en aquella hora que pasaba sentado junto a ella, mirándola sin desplegar los labios, o bien hablándole de los años de su infancia, del convento y de sus amiguitas de entonces. Una tarde Marius dijo a Cosette:
- Habíamos prometido hacer una visita a nuestro jardín de la calle Plumet. Vamos, no hay que ser ingratos.
La casa de la calle Plumet pertenecía aún a Cosette, por no haber concluido el plazo del arriendo. Allí los recuerdos del pasado les hicieron olvidar el presente. Cuando oscurecía, a la hora de siempre, Jean Valjean fue a la calle de las Hijas del Calvario.
- La señora salió con el señor barón, y aún no ha vuelto -le dijo Vasco.
Se sentó en silencio, y esperó una hora. Cosette no volvió. Bajó la cabeza y se marchó. Quedó Cosette tan embriagada con aquel paseo a su jardín, y tan contenta de haber vivido un día en el pasado, que la tarde siguiente no habló de otra cosa. Ni siquiera advirtió que no había visto a Jean Valjean.
- ¿Cómo habéis ido? -le preguntó éste.
- A pie.
- ¿Y cómo habéis vuelto?
- En un coche de alquiler.
Observaba hacía algún tiempo la estrechez con que vivían los esposos, y le molestaba. La economía de Marius era demasiado rigurosa. Aventuró una pregunta:
- ¿Por qué no tenéis coche propio? Una bonita berlina no os costará más de quinientos francos al mes. Sois rica.
- No sé -respondió Cosette.
- Lo mismo ha sucedido con Santos. Se ha ido y no la habéis reemplazado. ¿Por qué?
- Basta con Nicolasa.
- Pero no tenéis doncella.
- ¿No tengo a Marius?
- Casa propia, criados, carruaje, palco en la Opera, todo esto deberíais tener. ¿Por qué no sacar provecho de la riqueza? La riqueza ayuda a la felicidad.
Cosette no respondió nada.
Las visitas de Jean Valjean no se abreviaban, antes por el contrario. Cuando el corazón se escapa, nada detiene al hombre en la pendiente.
Siempre que Jean Valjean deseaba prolongar su visita y hacer olvidar la hora, elogiaba a Marius; decía que era noble, valeroso, lleno de ingenio, elocuente, bueno. Cosette resplandecía. De esta manera lograba Jean Valjean permanecer alli más tiempo. ¡Le era tan dulce ver a Cosette y olvidarlo todo a su lado! Era la única medicina para su llaga.
Varias veces tuvo Vasco que repetir este recado: el señor Gillenormand me envía a recordar a la señora baronesa que la cena está servida. Entonces se marchaba muy pensativo. Un día se quedó más tiempo aún de lo que acostumbraba. Al día siguiente notó que no había fuego en la chimenea.
- ¡Dios mío!, ¡qué frío se siente aquí! -exclamó Cosette al entrar-. ¿Sois vos el que habéis dado orden a Vasco de que no encienda?
- Sí. Ya estamos por llegar a mayo y me ha parecido que era inútil.
- ¡Otra de esas ideas vuestras! -respondió Cosette.
Al otro día no faltaba el fuego, pero los dos sillones estaban colocados en el extremo opuesto de la sala, cerca de la puerta.
- ¿Qué significa esto? -pensó Jean Valjean.
Tomó los sillones y los puso en el sitio de siempre, junto a la chimenea.
Se reanimó un poco al ver de nuevo el fuego, y prolongó la visita más de lo regular. Pero empezaba a darse cuenta de que lo rechazaban.
Al día siguiente tuvo un sobresalto al entrar en la sala baja. Los sillones habían desaparecido, no había ni siquiera una silla.
- ¿Qué es esto? -dijo Cosette en cuanto entró-, no hay sillones. ¿Dónde están los sillones?
- Se los han llevado -respondió Jean Valjean.
- ¡Pues esto es demasiado!
- Yo he dicho a Vasco que se los lleve, porque no voy a estar más que un minuto.
- No es razón para pasarlo de pie.
Jean Valjean no halló que decir.
- ¡Hacer quitar los sillones! ¡No os bastaba con apagar el fuego! ¡Qué raro sois!
- Adiós -murmuró Jean Valjean.
No dijo: Adiós, Cosette; pero le faltaron fuerzas para decir: Adiós, señora. Salió abrumado de dolor. Esta vez había comprendido.
Al día siguiente no fue. Cosette no lo notó hasta la noche.
- ¡Vaya! -dijo-, el señor Jean no vino hoy.
Sintió como una ligera opresión de corazón; pero un beso de Marius la distrajo en seguida. Tampoco fue al otro día. Cosette no se dio cuenta hasta la mañana siguiente. ¡Era tan dichosa!
Envió a Nicolasa para saber si estaba enfermo, y por qué no había venido la víspera. Nicolasa trajo la respuesta: no estaba enfermo, sino muy ocupado. Ya volvería, lo más pronto posible. Iba a emprender un viajecito, costumbre antigua suya, como la señora no ignoraba.
Cuando Nicolasa dijo que su ama la enviaba a saber por qué el señor Jean no había ido la víspera, Jean Valjean observó con dulzura:
- Hace dos días que no voy.
Pero Nicolasa no comprendió el sentido de la observación y nada dijo a Cosette.