Los miserables (Labaila tr.)/II.6.5

Los Miserables
Segunda parte: "Cosette"
Libro sexto: "Los cementerios reciben todo lo que se les da"
Capítulo V: Entre cuatro tablas​
 de Víctor Hugo

Todo sucedió como dijera Fauchelevent, y el viejo jardinero se fue cojeando tras la carroza, muy contento. Sus dos complots, uno con las religiosas y el otro con el señor Magdalena, habían sido un éxito. En cuanto se deshizo del enterrador, el viejo jardinero se inclinó hacia la fosa y dijo en voz baja:

- ¡Señor Magdalena!

Nadie respondió. Fauchelevent tembló. Se dejó caer en la fosa más bien que bajó, se echó sobre el ataúd y gritó:

- ¿Estáis ahí?

Continuó el silencio. Fauchelevent, casi sin respiración, sacó el formón y el martillo, e hizo saltar la tapa de la caja. El rostro de Jean Valjean estaba pálido y con los ojos cerrados. Fauchelevent sintió que se le erizaban los cabellos; se puso de pie y se apoyó de espaldas en la pared de la fosa.

- ¡Está muerto! -murmuró.

Entonces el pobre hombre se puso a sollozar.

- ¡Señor Magdalena! ¡Señor Magdalena! Se ha ahogado, bien lo decía yo. Y está muerto este hombre bueno, el más bueno de todos los hombres. No puede ser. ¡Señor Magdalena! ¡Señor alcalde! ¡Salid de ahí, por favor!

Se inclinó otra vez a mirar a Jean Valjean y retrocedió bruscamente todo lo que se puede retroceder en una sepultura. Jean Valjean tenía los ojos abiertos y lo miraba.

Ver una muerte es una cosa horrible, pero ver una resurrección no lo es menos. Fauchelevent se quedó petrificado, pálido, confuso, rendido por el exceso de las emociones, sin saber si tenía que habérselas con un muerto o con un vivo.

- Me dormí -dijo Jean Valjean.

Y se sentó. Fauchelevent cayó de rodillas.

- ¡Qué susto me habéis dado! -exclamó.

Jean Valjean estaba sólo desmayado. El aire puro le devolvió el conocimiento.

- Tengo frío -dijo.

- ¡Salgamos pronto de aquí! -dijo Fauchelevent.

Cogió él la pala y Jean Valjean el azadón, y enterraron el ataúd vacío. Caía la noche. Se fueron por el mismo camino que había llevado el carro fúnebre. No tuvieron contratiempos; en un cementerio una pala y un azadón son el mejor pasaporte. Cuando llegaron a la verja, Fauchelevent, que llevaba en la mano la cédula del enterrador, la echó en la caja, el guarda tiró de la cuerda, se abrió la puerta y salieron.

- ¡Qué bien resultó todo! ¡Habéis tenido una idea magnífica, señor Magdalena! -dijo Fauchelevent.

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