Los miserables (Labaila tr.)/III.5.2
Con la miseria sucede lo que con todo: llega a hacerse posible; concluye por tomar una forma y ordenarse. Se vegeta, es decir se existe de una cierta manera mínima, pero suficiente para vivir.
Marius Pontmercy había arreglado así su existencia:
Había salido ya de la gran estrechura. A fuerza de trabajo, de valor, de perseverancia y de voluntad había conseguido ganar unos setecientos francos al año. Aprendió alemán e inglés y gracias a Courfeyrac, que lo puso en contacto con su amigo el librero, hacía prospectos, traducía de los periódicos, comentaba ediciones, compilaba biografías.
Marius vivía ahora en la casa Gorbeau, donde ocupaba un cuchitril sin chimenea, que llamaban estudio, donde no había más muebles que los indispensables. Estos muebles eran suyos. Daba tres francos al mes a la portera por barrer y por subirle en la mañana un poco de agua caliente, un huevo fresco y un panecillo de a cinco céntimos.
Tenía siempre dos trajes completos; uno viejo para todos los días, y otro nuevo para las ocasiones; ambos eran negros. Sólo tenía tres camisas, una puesta, otra en la cómoda y la tercera en la casa de la lavandera.
Para llegar a esta situación floreciente le fueron necesarios algunos años muy difíciles y duros. Todo lo había padecido en materia de desamparo; todo lo había hecho excepto contraer deudas. Prefería no comer a pedir prestado, y así había pasado muchos días ayunando.
En todas sus pruebas se sentía animado, y aun algunas veces impulsado por una fuerza secreta que tenía dentro de sí. El alma ayuda al cuerpo, y en ciertos momentos le sirve de apoyo.
Al lado del nombre de su padre se había grabado otro nombre en su corazón, el de Thenardier. En su carácter entusiasta y serio, Marius rodeaba de una especie de aureola al hombre que, pensaba él, había salvado la vida de su padre en medio de la metralla de Waterloo. Lo que redoblaba su agradecimiento era la idea del infortunio en que sabía había caído el desaparecido Thenardier. Desde que supo de su ruina en Montfermeil, hizo esfuerzos inauditos durante tres años para encontrar sus huellas. Era la única deuda que le dejara su padre.
- ¡Cómo -pensaba-, si cuando mi padre yacía moribundo en el campo de batalla Thenardier supo encontrarlo en medio de la humareda y llevarlo en brazos entre las balas, yo, el hijo que tanto le debe, no puedo encontrarlo en la sombra donde agoniza y traerlo a mi vez de vuelta a la vida!
Encontrar a Thenardier, hacerle un favor cualquiera, decirle: "No me conocéis. pero yo sí os conozco. ¡Aquí estoy, disponed de mí!", era el sueño más dulce y magnífico de Marius.