Los miserables (Labaila tr.)/II.3.9
Luego que el hombre y Cosette se marcharan, Thenardier dejó pasar un cuarto de hora largo; después llamó a su mujer, y le mostró los mil quinientos francos.
- ¡Nada más que eso! -dijo la mujer.
Era la primera vez desde su casamiento, que se atrevía a criticar un acto de su marido. El golpe fue certero.
- En realidad tienes razón -dijo Thenardier-, soy un imbécil. Dame el sombrero. Los alcanzaré.
Los encontró a buena distancia del pueblo, a la entrada del bosque.
- Perdonad, señor -dijo respirando apenas-, pero aquí tenéis vuestros mil quinientos francos.
El hombre alzó los ojos.
- ¿Qué significa esto?
Thenardier respondió respetuosamente:
- Señor, esto significa que me vuelvo a quedar con Cosette.
Cosette se estremeció y se estrechó más y más contra el hombre.
- ¿Volvéis a quedaros con Cosette?
- Sí, señor -dijo Thenardier-. Lo he pensado bien. Yo, francamente, no tengo derecho a dárosla. Soy un hombre honrado, ya lo veis. Esa niña no es mía, es de su madre. Su madre me la confió, y no puedo entregarla más que a ella. Me diréis que la madre ha muerto. Bueno. En ese caso sólo puedo entregar la niña a una persona que me traiga un papel firmado por la madre, en el que se me mande entregar la niña a esa persona. Eso está claro.
El hombre, sin responder, metió la mano en el bolsillo y Thenardier pensó que aparecería la vieja cartera con más billetes de Banco. Sintió un estremecimiento de alegría. Abrió el hombre la cartera, sacó de ella, no el paquete de billetes que esperaba Thenardier, sino un simple papelito que desdobló y presentó abierto al bodegonero, diciéndole:
- Tenéis razón, leed.
Tomó el papel Thenardier, y leyó:
"M., 25 de marzo de 1823.
Señor Thenardier: Entregaréis a Cosette al portador. Se os pagarán todas las pequeñas deudas. Tengo el honor de enviaros mis respetos. FANTINA".
- ¿Conocéis esa firma? -continuó el hombre.
En efecto, era la firma de Fantina. Thenardier la reconoció.
No había nada que replicar.
Thenardier se entregó.
- Esta firma está bastante bien imitada -murmuró entre dientes-. En fin, ¡sea!
Después intentó un esfuerzo desesperado.
- Señor -dijo-, está bien, puesto que sois la persona enviada por la madre. Pero es preciso pagarme todo lo que se me debe, que no es poco.
El hombre contestó:
- Señor Thenardier, en enero la madre os debía ciento veinte francos; en febrero habéis recibido trescientos francos, y otros trescientos a principios de marzo. Desde entonces han pasado nueve meses, que a quince francos, según el precio convenido, son ciento treinta y cinco francos. Habíais recibido cien francos de más; se os quedaban a deber, por consiguiente, treinta y cinco francos, y por ellos os acabo de dar mil quinientos.
Sintió entonces Thenardier lo que siente el lobo en el momento en que se ve mordido y cogido en los dientes de acero del lazo.
- Señor-sin-nombre -dijo resueltamente y dejando esta vez a un lado todo respeto-, me volveré a quedar con Cosette, o me daréis mil escudos.
El viajero, cogiendo su garrote, dijo tranquilamente:
- Ven, Cosette.
Thenardier notó la enormidad del garrote y la soledad del lugar.
Se internó el desconocido en el bosque con la niña, dejando al tabernero inmóvil y sin saber qué hacer. Los siguió, pero no pudo impedir que lo viera. El hombre lo miró con expresión tan sombría que Thenardier juzgó inútil ir más adelante, y se volvió a su casa.