Los miserables (Labaila tr.)/IV.7.8
Jean Valjean entró en su casa con la carta de Marius. Subió la escalera a tientas, abrió y cerró suavemente la puerta, consumió tres o cuatro pajuelas antes de encender la luz, ¡tanto le temblaba la mano!, porque había algo de robo en lo que acababa de hacer. Por fin encendió la vela, desdobló el papel y leyó.
En las emociones violentas no se lee, se atrapa el papel, se le oprime como a una víctima, se le estruja, se le clavan las uñas de la cólera o de la alegría, se corre hacia el fin, se salta el principio; la atención es febril, comprende algo, un poco, lo esencial, se apodera de un punto, y todo lo demás desaparece. En la carta de Marius a Cosette, Jean Valjean no vio más que esto: "...Muero. Cuando leas esto, mi alma estará a tu lado".
Al leer estas dos líneas, sintió un deslumbramiento horrible; tenía ante sus ojos este esplendor: la muerte del ser aborrecido.
Dio un terrible grito de alegría interior. Todo estaba ya concluido. El desenlace llegaba más pronto de lo que esperaba. El ser que oponía un obstáculo a su destino desaparecía y desaparecía por sí mismo, libremente, de buena voluntad, sin que él hiciera nada; sin que fuera culpa suya, ese hombre iba a morir, quizá había ya muerto. Pero empezó a reflexionar su mente febril. No -se dijo-, todavía no ha muerto. Esta carta fue escrita para que Cosette la lea mañana por la mañana; después de las descargas que escuché entre once y doce no ha habido nada; la barricada no será atacada hasta el amanecer; pero es igual, desde el momento en que ese hombre se mezcló en esta guerra está perdido, será arrastrado por su engranaje.
Se sintió liberado. Estaría de nuevo solo con Cosette; cesaba la competencia, empezaba el porvenir. Bastaba con que guardara la carta en el bolsillo, y Cosette no sabría nunca lo que había sido de ese hombre.
- Ahora hay que dejar que las cosas se cumplan -murmuró-. No puede escapar. Si aún no ha muerto, va a morir pronto. ¡Qué felicidad!
Sin embargo, prosiguió su meditación con aire taciturno.
Una hora después, Jean Valjean salía vestido de guardia nacional y armado. Llevaba un fusil cargado y una cartuchera llena.