Recuerdos del tiempo viejo: 97

​Hojas traspapeladas de Recuerdos del tiempo viejo de José Zorrilla

III editar

Durmióse el beneficiado, a quien su sobrino ayudó a desnudarse, y despertóse avergonzado de lo sucedido y recoloso de lo dicho. Vistióse y lavóse, y tomó su brevario para rezar sus horas, y pidió devotamente perdón a Dios de su no consuetudinaria intemperancia, y salió a confesarse antes de decir misa en el vecino convento de Capuchinos, que ocupaba entonces el lugar que hoy la plaza de Bilbao, dejando a su sobrino durmiendo como un lirón.

Encontróle vestido a su vuelta y esperándole para tomar el chocolate. Bebiendo estaba el beneficiado con gran placer su gran vaso de agua con azucarillo, cuando la patrona entró a anunciarle que un desconocido preguntaba por él y deseaba hablarle.

—Que entre quien sea —dijo el cura.

Y entró, sin esperar a que la patrona le diese la venia del eclesiástico, un hombre cano, de mediana edad, de mediana estatura y de mediano porte, que con una cortesía algo zurda y con una atención un poco forzada le preguntó:

—¿Tengo el honor de hablar con el señor don Pedro Conchillos, beneficiado de…? (y le nombró su pueblo).

—Sí, señor —respondió el eclesiástico—. ¿En qué puedo servir a usted?

—En venirse detrás de mí, si su merced no lo toma a mal —respondió el ambiguo interlocutor.

—¿Y a dónde? —volvióle a preguntar el beneficiado.

—A la superintendencia de policía; el señor Superintendente desea hablar a solas con vuestra merced; y como sus ocupaciones y su dignidad no le permiten venir a visitar a vuestra merced en esta casa, vengo a rogarle de su parte que me siga a la superintendencia.

Y así diciendo, mostró un papel sellado al asombrado eclesiástico, quien tranquilo en su conciencia, pero asustado con la fama de severo del Superintendente, siguió trémulo, cabizbajo y metidabundo, a su poco simpático mensajero; dejando a su pobre sobrino en la mayor zozobra e inquietud, hasta saber el fin con que S. E. el Superintendente llamaba al beneficiado a su palacio de la calle del Príncipe, ante cuya fachada fué a esperar impaciente la salida de su atribulado tío.


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"Este libro no necesitaba prólogo…"

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Parte 2: tras el Pirineo

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Parte 3: En el mar

I - II - III - IV - V

Allende el mar

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