Recuerdos del tiempo viejo: 15


El Puñal del Godo III

Ganóme esta obrita más favor con el vulgo, e hízose pronto más popular y famosa, que cuantas escritas llevaba, por la circunstancia de que, no necesitándose dama para su representación, la pusieron en escena todos los aficionados en liceos, casinos y demás sociedades más o menos literarias que por entonces comenzaron a surgir; y permítame el lector que con vanidad le recuerde que sé de cierto que miles de personas, que han sido y son hoy conocidos personajes, han hecho el papel de alguno de los cuatro de mi Puñal del godo: y no ha muchas noches dieron una dedada de miel a mi amor propio mi paisano Núñez de Arce, Sellés y otros que valen y son hoy más de lo que yo antaño valía y era, revelándome alegremente que habían de estudiantes representado a Theudia y a D. Rodrigo, y el primero añadió que aún sabía de memoria toda mi rápidamente abortada composición; lo cual, sea dicho en paz y en gracia de Dios, me congratula con aquel pequeño aborto de mi ingenio y casi me enorgullece de haberlo escrito.

Y la ocasión me viene como de molde, para exponer aquí mi opinión sobre las representaciones de los aficionados, en los más o menos caseros teatros de sociedades más o menos públicas o privadas. Cuando invitado un conocido autor a la representación de una de sus obras en uno de estos teatros, le dicen durante o después de ella: ¡Cuánto habrá usted sufrido viéndose así ejecutado! ni los que tal le dicen son justos, ni él lo fuera, pensando tal. Yo, por mi parte, no sólo asisto sin pena a estas ejecuciones, sino que es la sola ocasión en que escucho mis versos sin hastío. Los aficionados suelen ser muchachos de quienes aún no se sabe el porvenir, que estudian sus papeles con afán, los representan con entusiasmo, y se encariñan con el autor; de quien se acuerdan continuamente y con quien contraen esa amistad leal, noble y desinteresada, que se basa en la fruición espiritual de la lectura y del estudio de una obra que nos procura aplausos y favor, siquiera sea de amigos. Tal vez un muchacho a quien el porvenir guarda una faja de general, o un sillón presidencial de un Parlamento o en una Academia, representa delante de la niña que ha de ser su mujer, o de la mujer que ha de ser su gloria o su condenación. Tal vez alguno, con la representación del papel de Theudia o del conde D… Julián, ha conseguido el amor de su Florinda, y uno y otro han bendecido y conservado por ello toda su vida una amistad por él ignorada al viejo autor del Puñal del godo. En estos teatros y en estos actores de afición, todo es disculpable, en atención a la buena fe con que todo se hace: en ellos suelen presentarse individuos que fácilmente llegarían a buenos actores, si en serlo pusiesen empeño o de serlo se vieran en la necesidad. Yo soy tal vez el viejo que tiene más amigos jóvenes: soy el poeta que goza de más popularidad entre la juventud escolar de España: y no por mi ciencia, de la cual dan mis escritos bien pobre y escasa muestra, sino por las octavas de D. Rodrigo y el diálogo de éste con D. Julián, de los cuales, hay apenas estudiante que no tenga en su memoria algunos de sus versos, o algunas hojas parásitas de los míos entre las de sus libros de asignatura.

Los actores de provincia son también dignos de la indulgencia de los autores; porque la variedad diaria que en sus representaciones exige un público escaso que nunca varía, no les da tiempo de estudiar, ni de ensayar convenientemente las obras; pero basta de esto, que es tratado aparte de mis recuerdos viejos: ya volveré sobre ello cuando llegue el turno a mis impresiones del tiempo actual; y tornemos y demos fin a las de El puñal del godo con una anécdota poco conocida.

Había en Méjico, cuando vivía yo en aquel paraíso, que debió ser para mí y no quiso Dios que fuera, limbo del olvido, un Casino español, pródigamente sostenido, en cuyos salones se daban algunas espléndidas fiestas; una de ellas, la imprescindible, se verificaba el día onomástico de la Reina Isabel, a quien, como a la persona que entonces representaba la patria, enviábamos un saludo los expatriados de España. Era yo el encargado de hacer una lectura en aquellas noches, que concluía siempre con el viva a España, al cual contestaban los mejicanos y españoles en aquellos salones reunidos.

Un año, queriendo el  Casino hacerme un obsequio por lo que parecía trabajo y era en un español obligación de buen ciudadano, dispuso que en una de estas fiestas se representase mi Puñal del godo y se me ofreciese una corona.

Colocáronme, para honrarme, en un grande y magnífico sillón, en el cual resaltaba más mi exigua personalidad, a la derecha de la orquesta y de cara al público: ejecutóse mi pobre drama lo mejor que se pudo y mejor de lo que se esperaba; diéronme mi corona, aplaudiéronme mucho, y después de una exquisita cena aconterada con muchos brindis, metiéronme, tras de muchos abrazos y plácemes, en mi coche y… buenas noches.

Al día siguiente un periódico mejicano, no muy afecto a los españoles, pero redactado por gente ingeniosísima, daba cuenta de la fiesta, la representación, mi coronación y la cena final, en los términos más halagüeños para la riqueza, la esplendidez y el patriotismo de los socios del Casino; pero concluía con este cuentecillo: «Sin que salgamos garantes de la verdad del hecho, se cuenta que entre el poeta Zorrilla y un amigo nuestro y suyo, que no había asistido a la función del Casino y que se acercó a saludarle al bajar aquél del coche a la puerta de su casa, se cruzó el siguiente diálogo, que resultó improvisada redondilla:

«EL AMIGO. ¿Qué tal lo hicieron los godos?
EL POETA. ¡Hombre!… lo han hecho tan mal,
que buscaba yo el puñal
para matarlos a todos.»
 

En cuyo cuentecillo quedábamos mal todos los españoles de Méjico: los del Casino por haber hecho mal mi drama, y yo por hacerlo peor con ellos en semejante epigrama.

Ni es mío, ni en aquella ocasión pudiera habérseme ocurrido; pero me le ha recordado la última representación que he visto en Madrid de mi pobre Puñal del godo.


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"Este libro no necesitaba prólogo…"

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Parte 3: En el mar

I - II - III - IV - V

Allende el mar

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