Recuerdos del tiempo viejo: 101

Hojas traspapeladas de Recuerdos del tiempo viejo
de José Zorrilla

Veníase la noche encima, y picaba el frío en aquel agreste paraje, donde los lobos abundan; no las tenía todas consigo el buen Conchillos, pero la calma del del carrick le animaba. Por fin, trasponiendo el cerro, apareció sobre la parda carretera el móvil punto negro que presentaba a la vista en la penumbra el esperado carro. Sus dos caballos bajaron a escape la loma, y el agente se plantó en mitad del camino, y a sus voces y a su presencia paró el conductor sus jadeantes caballejos. Mostróle un papel y díjole unas cuantas palabras el agente, y echando en el carro el baúl, se encaramaron los dos abandonados en el carrcho, que volvió a partir a escape para ganar los minutos perdidos.

De aquellos carros de posta se ha perdido ya hasta la memoria en España. Eran unos carros de lanza con dos ruedas: las dos barandillas laterales iban forradas de cuero, y a veces de simple estera, y encajonados sus palos en el marco cuadrado del que la lanza salía; de una a otra baranda se sujetaban sobre tres aros un encañizado de carandas; y colgada y clavada sobre el eje, formaba dos senos a manera de serones, en los que iban las valijas, y sobre ellas y sobre el eje iban el conductor y el zagal que de cada posta salía con los caballos. No hay para qué ponderar al lector lo incómodo de semejante vehículo, dentro del cual saltaban viajeros y valijas a cada empuje que al eje comunicaban las ruedas, al pasar por sobre las piedras y al hundirse en los infinitos baches del mal cuidado camino. El pobre beneficiado botaba sobre el eje y caía como un saco de lana, ya sobre el conductor, ya sobre el agente, que botaban como él devolviéndole sus topetadas y encontronazos: y contó el cura toda su vida como el peor rato pasado en ella, los tres cuartos de hora que tardó en llegar a la ciudad en aquel fementido carro.

Habló el agente dos palabras con el administrador de Correos; cargó un mozo con el baúl del cura, y fuéronse con él a alojarse en el mesón donde el cura solía parar cuando venía de su pueblo a la capital de la provincia, y donde hallaron al espolista del cura, que con su cabalgadura le aguardaba.

Allí instalados el beneficiado y el del carrick, en un cuartucho ahumado y en una mesa coja, pero ante un par de pollos con tomate y un jarro de vino blanco de Rueda, cenaron juntos por última vez, recordando la primera del Caballo Blanco, en donde se conocieron.

El agente pidió perdón al sacerdote por la familiaridad con que en algunas ocasiones había tenido que faltarle al respeto; perdonóle el cura de todo corazón, pero no pudo menos de decirle:

—Pero hombre, ¿qué necesidad tenía usted de ir a contar al señor Superintendente lo que yo dije en El Caballo Blanco?

—Escuche usted, señor cura —respondió el agente—; con el señor Superintendente no tiene uno la vida segura. El jefe de su policía, que fué Paco, y hoy es ya don Francisco, nos tiene en un pie como a grullas, y tiene ojos y oídos en las hosterías y en las tabernas; un mozo y el pinche del Caballo Blanco podían haber oído lo que yo, y otro que yo no le hubiera a usted hecho pasar en Madrid los buenos días y las alegres noches que usted me debe, sin agravio de la moral y sin detrimento del decoro de su santo ministerio. Ahora, señor cura, deme su bendición y permiso para volver a Madrid en el carro de la posta que sale a las doce de la noche.

—¿En el mismo que nos ha recogido en el camino? —exclamó el cura asombrado.

—O en otro igual —respondió sonriendo el del carrick.

—Muy bien le debe a usted pagar el señor Superintendente para volverse a Madrid en aquel carricoche —dijo ingenuamente el cura.

—Ya le volvería yo las espaldas en lugar de volver a Madrid en semejante carro; pero tiene el Superintendente unos papeles míos atados con una cuerda, que no puede desatarse de mis papeles sino para atármela a mí al pescuezo.

Y así diciendo, envolvióse el del carrick en él y dejó al inocente cura dando vueltas, sin poderlas comprender, a sus últimas palabras.


Parte 1

"Este libro no necesitaba prólogo…"

I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII - XIII - XIV - XV - XVI - XVII - XVIII - XIX - XX - XXI - XXII - XXIII - XXIV - XXV- XXVI - XXVII - XXVIII - XXIX - XXX - XXXI - XXXII - XXXIII - XXXIV - XXXV - XXXVI

Parte 2: tras el Pirineo

I - II - III - IV - V

Parte 3: En el mar

I - II - III - IV - V

Allende el mar

I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - XI - XII - XIII - XIV - XV - XVI - XVII - XVIII - XIX (En la Habana) - XX - XXI - XXII - XXIII - XXIV - XXV - XXVI - XXVII - XXVIII - XXIX

Apéndices

I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII - XIII - XIV - XV - XVI - XVII - XVIII - XIX - XX

Hojas traspapeladas

I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X