Recuerdos del tiempo viejo: 36

Recuerdos del tiempo viejo
de José Zorrilla


Barcelona, enero 1881.

He probado que desde mi primera juventud he caminado hacia el manicomio, y que soy además el mayor tonto que hay en España, puesto que he podido serlo todo y no soy nada, he enriquecido a muchos quedándome pobre, y he llegado a viejo sin derecho o maña suficientes para ser protegido por los que con mi trabajo legalmente se han enriquecido, y por los de quienes sus productos anuales forma las rentas. He declarado y descrito cómo después de ser loco y antes de ser tonto, he sido sonámbulo, y ni estoy obligado ni quiero obligarme a decir en vida, de mi TIEMPO VIEJO, lo que dirá después de mi muerte un curioso libro que escrito pienso dejar.

La exigente demanda de un actor amigo y la no completa correspondencia de un empresario, me trajeron y me hicieron hallar, en Barcelona, a los sucesores de Ramírez, que se brindaron a imprimir mis RECUERDOS DEL TIEMPO VIEJO, y he puesto a la venta su primer tomo, reservándome el derecho de completar el segundo con dos partes, tituladas Tras los Pirineos y Allende el mar, y más tarde tal vez con un tratado y ejemplos de lectura; de cuyo arte me he declarado profesor, como Napoleón II se declaró Emperador «por la gracia de Dios y el sufragio universal».

Cataluña me ha acogido como si hijo de Cataluña hubiese nacido, y se ha empeñado en volverme a oír decir mis versos como doce años ha, cuando diciéndolos volví de América; y como ya no hago versos nuevos, me ha escuchado y aplaudido los viejos, y por ellos me ha obsequiado y regalado y dado hospitalidad, y por ello la doy gracias en esta extraña conclusión e mis RECUERDOS, como más ampliamente la pruebo por ello mi gratitud en el apéndice de su primer tomo.

Algunas poblaciones me han invitado a hacer en ellas las lecturas en Barcelona hechas, y mi último viaje a la inmortal Gerona, impidiéndome escribir el artículo del lunes 17, ha puesto este extravagante fin a mis RECUERDOS DEL TEMPO VIEJO.

¡Pero cuánto me queda por escribir de la vieja Gerona! ¡Qué manantial tan rico de históricas, religiosas y fantásticas leyendas encierran aquel patio bizantino, donde se ha establecido un naciente y curiosísimo Museo, aquella Catedral originalísima por su atrevido embovedado, y la apilarada y cubierta galería que la rodea; aquellas escalinatas tortuosas que llevan allí nombre de calles; aquellas angulosas y estrechas encrucijadas, por las cuales me parecía imposible no topar de manos a boca con los judíos que en sus casas vivieron, o con los cristianos que en ellas les degollaron; aquellas murallas acribilladas, y puedo decir caladas y festonadas, por las bombas y balas francesas; desmoronado pero sólido y perenne testimonio del indomable valor de Álvarez y sus gerundenses, y de la incuria de nuestros presentes tiempos, que en más de media centuria se han ocupado de reparar las fortificaciones, que podemos necesitar de un día a otro en estos de guerras generales y de revueltas civiles y cuotidianas, que son actual entretenimiento de este siglo de filosófica discusión, y de escuela práctica de despoblación por el incendio y las ametralladoras.

Los habitantes actuales de Gerona nos han colmado de aplausos a un poeta catalán, Mata y Maneja, que me acompañaba, y a mí; y yo tengo fotografiada en mi memoria su antiquísima y romántica ciudad, partida por dos ríos y cercada de los más pintorescos montes, tras de cuyas crestas asoman los nevados penachos de las pirenaicas montañas. ¡Si yo no tuviera ya sesenta y cuatro años! Si tuviera tan fresca la imaginación, tan firme la mano y tan exaltada la fantasía como tengo aún joven el corazón…, ¡qué romancero tan parejo con el de mi Zamora la prometería y llevaría a cabo! Gerona encierra los anales de una época romana, un legendario de la Edad Media y la epopeya moderna, que duerme en el sepulcro de Álvarez. Desde Zamora, rayana de Lusitania, a Gerona, fronteriza en las Galias, hay sembrados más secretos históricos y arquitectónicos, más misterios legendarios, más tesoros tradicionales, más poesía y más gloria que en la olímpica Grecia y en la Roma capitolina ¿Por qué no soy yo Homero, Virgilio o Dante? ¡Ay de mí! ¡El más pigmeo de los poetas modernos sueña con la edad de los gigantes!

Aquí concluyen mis RECUERDOS DEL TIEMPO VIEJO y mis cantares de poeta; mi pluma se resiste a escribir más versos; las coronas de flores se han agostado sobre mis cabellos encanecidos; he roto la lira, pero no quiero soltar la pluma. Voy, sin embargo, a contar algo más de lo que he visto; voy a hablar algo de los hombres con quienes he tratado, de las obras que de algunos he leído, de algunas insignes tradiciones y de algunas leales proezas que he visto hacer, de algunas cosas buenas que pasan por malas y de muchas que ante mis ojos han pasado allende el mar; voy a escribir algunas historias que parecen novelas y algunos cuentos que son historias; todo ello tan descosido, tan ilógico, tan destartalado y fantástico como mi vieja poesía; pero acaso más útil, más trascendental y más de mi tiempo; lo cual será curioso, porque manifestará que, habiendo vivido entre vejeces y sido narrador de viejas historias en mi juventud, entro, viejo verde, en la corriente del tiempo nuevo en mi vejez, y me preparo a morir vestido a la última moda y según el último figurín. Voy a sentarme sobre mi ataúd a la puerta del cementerio a ver a los que ante mí pasan muertos o vivos; he pasado mi vida derramando flores, consuelos y esperanzas; voy a sacudirme de encima algunas espinas que han dejado en mi piel los ramos de rosas de que he llevado cargados mis brazos, y a reírme del mundo como me he reído de mí mismo después de haber llorado las ajenas desventuras, haciendo reír con las mías.

Huye, pues, de mí, espíritu, inspiración entusiasta y creyente de mi poesía juvenil; vuélvete al cielo, de donde viniste, musa cristiana mía, que no naciste en el Parnaso, ni en la Castalia fuente bebiste, y deja a mi lado al olímpico bufón, semidios pagano y representante bufo de nuestro desvergonzado positivismo, para morirme riendo con él de lo que he vivido cantando y glorificando.

¡Evohé!, haced paso al viejo Sileno, que, coronado de pámpanos sobre su asnillo cojo y orejigacho, atraviesa el fangoso circo de la tierra, resbaladizo y rojo con la sangre de los soberanos y de sus legiones, encharcado a trechos con las lágrimas de los pueblos, y alumbrado por la luz de la filosofía alemana y del incendio nihilista de Rusia. ¡Evohé!, bebamos vino peleón de a diez y seis cuartos, y hablemos en prosa flamenca. Tomemos el tiempo conforme viene. Discutamos al Criador y corrijamos la creación: invoquemos a Cristo y ametrallemos a los cristianos: establezcamos una casa de beneficencia en cada plaza y una administración de loterías en cada esquina: que no quede el pueblo más ruin sin plaza de toros, y que no pase nunca la moda de los trajes ceñidos, que prensan las entrañas a nuestra mujeres, pero que dejan adivinar sus formas, cuyo movimiento las hace más incentivas que la plástica desnudez del paganismo. ¡Oro, mucho oro!, el oro es la luz: tomémoslo de donde lo hallemos, y escribamos, como Séneca, un tratado de moral sobre una mesa de pórfido con mosaicos de ágata. Y como dicen los árabes: Besm Allah alrrahman alrahin. En el nombre de Dios clemente y misericordioso: aquí acaban mis RECUERDOS DEL TIEMPO VIEJO.



Parte 1

"Este libro no necesitaba prólogo…"

I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII - XIII - XIV - XV - XVI - XVII - XVIII - XIX - XX - XXI - XXII - XXIII - XXIV - XXV- XXVI - XXVII - XXVIII - XXIX - XXX - XXXI - XXXII - XXXIII - XXXIV - XXXV - XXXVI

Parte 2: tras el Pirineo

I - II - III - IV - V

Parte 3: En el mar

I - II - III - IV - V

Allende el mar

I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - XI - XII - XIII - XIV - XV - XVI - XVII - XVIII - XIX (En la Habana) - XX - XXI - XXII - XXIII - XXIV - XXV - XXVI - XXVII - XXVIII - XXIX

Apéndices

I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII - XIII - XIV - XV - XVI - XVII - XVIII - XIX - XX

Hojas traspapeladas

I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X