Recuerdos del tiempo viejo: 67
XXII
editarDesperté sobresaltado y seguro de tener razón de mi sobresalto. Amanecía: el enfermero estaba inclinado sobre el lecho del enfermo, de donde yo tenía conciencia que había surgido el motivo de mi sobresaltado despertar. Me arrojé de mi cama y me fuí a la de Cagigas; estaba en los últimos instantes de la más tranquila agonía. Dos veces abrió los párpados sobre sus ojos cristalizados, que ya no pudieron mirarme, y dos veces abrió la descolorida y terrosa boca, que no pudo aspirar el aire, que ya no necesitaba su cuerpo, vacío del alma que acababa de abandonarle.