Recuerdos del tiempo viejo: 76
II
editarCuatro palabras más de necesaria explicación. Miramón había salido de Méjico casi solo; su gente y su artillería la había escalonado y recogido por Puebla, San Martín, Aculcingo, Orizaba y Córdoba; la expedición había sido aprestada sagaz y secretamente. Una empresa yankee de Nueva Orleans, con quien había hecho un empréstito y un contrato, debía de fondear en Veracruz frente a Casamata, con dinero, municiones y proyectiles, el mismo día que él levantara sus tiendas en aquellos médanos; Miramón cumplió con escrupulosa exactitud y esperó cuatro días a los yankees, que le faltaron. Sus soldados llevaban municiones para sus fusiles, pero vacíos y mudos sus cañones.
He aquí el misterio de su repentina aparición y desaparición de Veracruz. Lo que pudo ser una maniobra estratégica que le honrara a coronarla el éxito, pareció un exceso de loca y temeraria imprevisión por ajena falta, pues sobre él caía la responsabilidad de la torpeza o mala fe yankee.
Nuestro guayin era el peor de los tres carruajes que pertenecían a un mi homónimo vecino de Medellín, quien había alquilado los otros dos a los generales mis compañeros de navegación para subir hasta Córdoba, donde podrían procurarse caballos; y aunque Agustín Aynslie se guardó muy bien de decir al Zorrilla de Medellín para quién le pedía su tercer carruaje, no podía escaparse a la perspicacia de aquél quiénes podían ser los que para ir a La Soledad le necesitaban: de aquí el precio, trescientos duros por cinco leguas; dióselos Agustín en onzas; pero como buen escocés taimado, diciendo para sí: «Que me vea yo contigo en La Soledad, que allí te ajustaré la cuenta.»
Y cuando al amanecer, y al levantar el campo, el conductor quiso volverse a Medellín con su carricoche, díjole Agustín, revólver en mano:
—No, amigo; por trescientos duros hay que llevarnos hasta Orizaba, o se volverá usted sin el carruaje a decir al Zorrilla de Medellín que yo no puedo permitir que deje tirado en mitad del camino a su paisano el Zorrilla del Don Juan Tenorio. Cuya forzosa hecha por Agustín, ignoré yo hasta que nos hallamos en Orizaba.