Recuerdos del tiempo viejo: 35
XXXV
editarConcluía mi artículo del 10 de enero corriente anunciando que el próximo lunes, es decir, el 17, diría por qué he hecho en los Lunes de El Imparcial las tan íntimas como poco interesantes revelaciones de mis RECUERDOS DEL TIEMPO VIEJO. Pasóse el lunes 17, y me lo pasé yo en silencio; no me creo, pues, comprometido más que para aquel lunes, y no pienso decir del asunto una palabra más.
Con las glorias se me han ido las memorias; y de mis glorias voy a decir cuatro palabras, ya que alcanzamos unos venturosos tiempos en los cuales el que no se alaba no encuentra un alma de cántaro que de balde le diga «por ahí te pudras». Como no pertenezco todavía, a lo menos ostensiblemente, a ningún partido político; como no soy individuo de ninguna Academia, aunque soy ex-académico desde 1847; como no tengo título alguno ni académico, ni universitario, ni he sido todavía ni diputado a Cortes, ni secretario de un Consejo de Ministros, ni presidente o individuo de ninguna de esas asociaciones útiles y benéficas, en las cuales se beneficia uno con la beneficencia y la utilidad públicas, cuando alguien me aplaude o alguna población me recibe bien, me tomo los aplausos y el buen recibimiento por moneda corriente; porque como no tengo nada que dar, ni favor alguno con los que lo tienen para ofrecer a nadie dispensarle los míos, me supongo que quien me aplaude y los pueblos que bien me reciben lo hacen por puro afecto y porque realmente les parece bien lo que llevo hecho, y se lo agradezco; pero como sólo con mis palabras puedo yo demostrar mi gratitud, voy a a concluir mis RECUERDOS DEL TIEMPO VIEJO mostrándome agradecido, después de haberme en aquéllos manifestado humilde, confesando los infinitos defectos de mis obras y los prosaicos orígenes y móviles de mis incalificables poesías. Y de incalificables las califico, porque la mayor parte de ellas no pertenecen a escuela conocida antes de que yo las produjera, y porque las he producido olvidando y atropellando todas las regalas y preceptos académicos que en sus aulas me enseñaron los Jesuítas, de quienes las aprendí.
He probado en mis RECUERDOS DEL TIEMPO VIEJO, y en dicho me ratifico, que casi todas mis producciones literarias son muy medianas, y producidas bajo malos principios y en desfavorables condiciones: que sólo el acto tercero de El Zapatero y el Rey y los dos primeros de Traidor, inconfeso y mártir, me dan derecho a tener pretensiones de autor dramático, y que mi Capitán Montoya, mi Cristo de la Vega y mi Margarita la tornera me le dan positivo a creerme poeta descriptivo y legendario. Nunca he manifestado aspiraciones a más, y por saberse el pueblo español de memoria estas leyenda mías, he venido a parar sin empeño ni trastienda mía en parece el poeta más popular, ayudado, amparado y anualmente sostenido por Don Juan Tenorio, a quien por ahora no hay modo de derrocar; ídolo para quien el pueblo ha hecho un altar del escenario, y de quien yo no me empeño ya en probar lo débil y mal cocido del barro en que está hecho, y la deleznable base de arena del pedestal sobre que están apoyados los pies de su deificada y adorada imagen, porque es el único protector que me queda y la única deidad a quien puedo encomendarme.