La leyenda del Cid/Capítulo I/V

La leyenda del Cid

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Pero no bien apartó
la faz de la celosía,
pasos de alguno sintió
que al huerto saltado había;
y al ajimez se volvió.

Jimena, con alborozo
y sobresalto a la par,
vió al enamorado mozo
que procuraba el embozo
sobre la faz conservar:

y en la amante imprevisión
de tal gozo y sobresalto,
corrió a la otra habitación
y echóse, abriendo el balcón,
en el corredor de un salto.

Bibiana al par, que tal ve,
corrió al ajimez de junto
al balcón: y a punto fué,
porque ya el mozo en tal punto
del balcón llegaba al pie.

Jimena intentó ordenar
del huerto al mozo salir:
pero no pudo llegar
tal orden a pronunciar
porque él la empezó a decir:

«Jimena del alma mía,
si cual yo os amo me amáis,
hoy ha amanecido el dia
en que el alma a la alegría
y a mi corazón me abráis.

Yo en decir como en obrar
soy breve, recto y sencillo:
mi padre acaba de entrar
vuestra mano a demandar
al conde, en vuestro castillo.

Mi padre lo ha consultado
con don Fernando primero,
y el Rey su venia ha otorgado;
que salga el Rey desairado
por vuestro padre no infiero.

Yo al mío hoy acompañe
hasta el castillo, y corrí
a deciros el por qué
tanto a la cita tardé;
mirad si el tiempo perdí.

Debo a mi padre aguardar
del robledal a la vera;
no me quisiera arriesgar
a que un instante tuviera
por su hijo allí que esperar.

Con que pues sabéis desde hoy
el favor que con el Rey
tiene mi padre, y yo estoy
en que a su demanda es ley
que acceda el conde… me voy.

Jimena del alma mía,
si vuestra mano me dan,
dijo el Rey que al otro día
del casamiento, me haría
de una hueste capitán.

Si tal mano y tal bandera
llego en un día a lograr,
Jimena, en España entera
no ha de haber rey ni bandera
que abata la de Vivar. »

Y así el mancebo diciendo,
y el balcón tan bajo viendo,
de la retorcida parra
el pie en un nudo poniendo,
trepa y del balcón se agarra:

y con esfuerzo pujante
que la baranda estremece,
ízase de ella delante;
la da un beso y de un gigante
salto… cae… y desaparece.

Por rápida que acudió
Bibiana al balcón y a ella,
ni el beso de él atajó,
ni vió si se le volvió
aturdida la doncella.

Jimena en su confusión
y en su duda la asturiana,
quedaron en conclusión
como quien ve una visión
al abrir una ventana.

Ninguna osando abordar
la delicada cuestión
de lo que se pudo dar
ni tomar en el balcón,
mirábanse sin chistar.

Colocándose por fin
Bibiana en la situación,
dijo: «Quien pudo al balcón
saltar, bien pudo al jardín:
mas no es ésta la cuestión.

Ya no hay remedio: tu mano
dio ya o le negó a don Diego
tu padre el conde Lozano. »
JIM. Y a la boda el soberano
ha accedido, desde luego.
BIB. Que eso no te dé esperanza.
JIM. ¿Por qué?
BIB. Porque ni con Dios
parte el conde la privanza;
y aquí está la malandanza
del negocio entre los dos.
JIM. ¿Crees que mi padre quizás
resistir osará al Rey?
BIB. Tu padre es hombre que atrás
nunca se hará, ni jamás
sufrirá de nadie ley.
JIM. ¡Dios sea entonces mi escudo!
Ya he dado a Ruy el corazón
para siempre.
BIB. No lo dudo:
sólo teniéndole pudo
llegar hasta tu… balcón.
Dios quiera que ese mancebo
fatal a ambas no nos sea.
JIM. ¿Ya vuelves a eso de nuevo?
BIB. Creer en sueños no debo,
lo sé: ¡mas tengo esa idea!

De silencio tras buen trecho,
BIBIANA, oyendo arrancar
a Jimena un ¡ay! del pecho,
dijo: «Ya el mal está hecho:
a lo hecho pecho y andar.»




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