La leyenda del Cid: 90
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editarEn aquel mismo palacio
donde ha va más de años veinte
que al Rey don Fernando el Cid
presentó sus cinco Reyes;
y en aquel mismo salón
donde a sus cortes presente,
contra Roma y Alemania
alzó el Cid su voz valiente,
el Rey don Alfonso Sexto
al Cid a su gracia vuelve,
y en sus brazos le recibe
agradecido y alegre.
El pueblo que, ebrio de gozo
por el alcázar se mete,
atrepellando sus guardias
y sin respeto a sus Reyes,
para ver y victorear
y bendecir a su héroe,
al custodio de la patria,
al ídolo que enaltece,
presencia la noble escena
y en entusiasmo se enciende
viendo al Rey que al Cid abraza
de esta manera diciéndole:
«Ceñid los brazos al cuello
del Rey que asaz bien os quiere,
por ser brazos de tal home
que el mundo otro par no tiene.
»Non excuséis de abrazarme:
que brazo de home tan fuerte
desentollesen mis tierras
y las de moros tollescen.
»Facedlo que bien podéis,
e cuidad non me manchedes
que aún finca en las vuesas armas
la sangre mora reciente.
»No atendáis tuertos que os fice,
pues en tan buen fin fenecen;
que un home a quien Reyes sirven,
a mí servirme no debe.
»Si vos desterré, Rodrigo,
fué porque a moros que crecen
desterréis de mis fronteras
y alto vuesos hechos vuelen.
»No os eché yo de mi reino
por falsos que vos mal quieren,
mas porque en tierras ajenas
por vos mi poder se muestre.
»De Alvar Fáñez, vuestro primo,
recibí vuesos presentes
no en feudo vueso, Rodrigo,
sino como de parientes.
»Las banderas que ganasteis
a los árabes de allende,
por mandadería vuesa
en Cárdeña las pondredes.
»La vuesa Jimena Gómez
que tanto vos quiso siempre,
porque la he desmaridado
ponerme pleitos pretende.
»No escuchéis, Cid, sus querellas
cuando a mí las enderece,
que a quien las toma el marido
no perdonan las mujeres.
»Andad a verla a Cárdeña,
que pienso que allí os atiende
más ganosa allí de veros
que vos a mí aquí de verme.
» Andad, y desenojadla
porque no ansíe mi muerte,
creyendo mal que de mí
la dijeran malquerientes.
»Id y a volver preparaos
al campo, porque sabedes
que los valientes y el hierro
con la quietud se enmohecen.
»Id, y prendedme los brazos
otra vez: que bien merecen
prenderse a su Rey en paz
los que cinco en guerra prenden.»
Esto dice el Rey al Cid
a quien abrazado tiene;
y el pueblo prorrumpe en gritos
tan desaforadamente
y aplaude con tal estrépito,
que del alcázar parece
que el pavimento se hunde
y el techo abajo se viene.
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Alvar Fáñez que sagaz
está en todo, a todo atiende,
todo lo observa y lo pesa
y vueltas lo da en la mente;
Alvar, que sabe que el habla
servir en el mundo suele
para con lo que se dice
ocultar lo que se siente,
comprendió bien que la corte
al Cid más que admira teme,
y al popular entusiasmo
y no a su entusiasmo cede.
Mas Alvar que al Cid conoce,
y a la infanta, y a los Reyes,
y a la corte de Castilla,
y de Burgos a la gente,
de tal recepción durante
la ceremonia solemne,
lo estaba todo observando
en sus adentros diciéndose:
«¡Bah!, los hombres y los ríos
todo es que cojan corriente;
que en cogiéndola, ya sólo
Dios o el diablo los detiene.
Ya el Cid va corriente abajo;
si por medio no se meten
Dios o el diablo, la carrera
ni Rey ni Roque le tuercen.»