La leyenda del Cid: 22
II
editarVIII
editarQuedáronse padre e hijo
con la cercenada mano,
y así el mancebo al anciano
con honda congoja dijo:
— Cumplí con mi obligación;
mas esa mano cortada,
padre, la siento agarrada
con miedo a mi corazón.
LAÍNEZ. ¡Tú miedo, Rodrigo mío!
¡Tú miedo a la infame mano
que ultrajó a tu padre anciano
y que cercenó tu brío!
¿Te arrepientes de ello?
RODRIGO. No:
volvería a hacer lo hecho;
mas ved qué áspid en mi pecho
con hecho tal se albergó.
Jimena y yo pasión franca
nos teníamos, señor;
y hoy esa mano mi amor
de su corazón arranca.
Era mi esperanza toda:
la suya en mí ella fío
y esa es la mano que yo
la voy a dar en mi boda.
LAÍNEZ. ¡Rodrigo de mis entrañas!
Tú con hazañas sin par
te harás de ella perdonar.
RODRIGO. ¡Buen principio a mis hazañas !
LAÍNEZ. Rodrigo, ley del honor
era, lo que has hecho, hacer:
no hay para un noble mujer
que valga más que su honor.
RODRIGO. No temáis, padre, jamás
que a él falte vuestro Rodrigo;
esto que os digo…, os lo digo
porque lo sepáis no más.
Cumplí con mi obligación;
mas por saberla cumplir,
no me podéis exigir
que no tenga corazón.
Bajó el padre la cabeza
de tal razón convencido,
y el hijo al verle rendido,
añadió con entereza:
— Oíd mi resolución,
padre: no hay otro camino
para cumplir mi destino
bien, u obtener mi perdón.
Cuando todo en nuestro hogar
duerma y mi madre se acueste,
partiré yo con mi hueste
con los moros a lidiar.
Si me matan… moriré
como bueno en causa buena;
decid vos, padre, a Jimena,
por qué a su padre maté.
LAÍNEZ. ¡Rodrigo!
RODRIGO. No hagáis asombros;
desde que hice tal proeza,
os juro que la cabeza
me estorba sobre los hombros.
Y al moro vóisela a echar;
mas como cristiano soy,
a disputársela voy
y no se la voy a dar.
Y si vuelvo a esta mansión,
podréis, padre, con banderas
alfombrar sus escaleras
y entoldar vuestro balcón.
Y así fue; cuando en su hogar
su familia en paz dormía,
él a la guerra partía
con su hueste de Vivar.