La leyenda del Cid/Capítulo I/III

La leyenda del Cid

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JIMENA. ¿Estamos solas, Bibiana?
BIBIANA. No hay hombre en casa, Jimena.
JIMENA. Hablemos.
BIBIANA. Enhorabuena:
ya de hablar tenía gana.
Poco hace que silenciosa
andabas y distraída.
JIMENA. Claro-oscuro de la vida:
ahora estoy de hablar ganosa.
BIBIANA. De enamorados costumbre
dicen que es.
JIMENA. Eso es: entabla
tú ahora un sermón.
BIBIANA. Vaya, habla
mientras yo avivo la lumbre.
JIMENA. Digo, pues, que me escribió.
BIBIANA. ¿Quién?
JIMENA. Rodrigo.
BIBIANA. ¿Cuándo?
JIMENA. Ayer.
BIBIANA. ¿Y has contestado?
JIMENA. ¡Mujer!
¿estás loca?
BIBIANA. Creí.
JIMENA. No.
Vendrá él mismo esta mañana
a recibir de mi boca
la respuesta.
BIBIANA. ¡Tú estás loca,
Jimena!
JIMENA. ¿Por qué, Bibiana?
BIBIANA. ¡Dar cita a un mozo!
JIMENA. ¿No es noble?
¿no estarás tú aquí conmigo?
¿no oirás lo que le digo?
BIBIANA. Y será la falta doble,
pues yo contribuiré
a hacer tu culpa más grave:
y si tu padre lo sabe…
JIMENA. ¡Pues si yo se lo diré!
BIBIANA. ¿Tú se lo dirás?
JIMENA. Hoy mismo.
BIBIANA. Y a las dos por la ventana
nos echa el conde.
JIMENA. ¡Bibiana!
BIBIANA. Si no le da un paroxismo
de cólera y se desmaya.
JIMENA. ¿Pues no he de acudir a él
si me propone el doncel
pedirle hoy mi mano?
BIBIANA. ¡Vaya!
¡No pica poco alto el mozo!
JIMENA. Nieto es de Diego Porcelos.
BIBIANA. Harto hará con sus abuelos
sin dineros y sin bozo.
JIMENA. Tal como es, es tan valiente,
que por su gran corazón
ya en Castilla y en León
anda en bocas de la gente.
BIBIANA. Sé que en una montería
de un jabalí al rey libró.
JIMENA. Muerto a sus pies le dejó
cuando al rey acometía.
BIBIANA. Nadie lo vió.
JIMENA. Estaba solo
y extraviado el rey.
BIBIANA. Se inventa
mucho de lo que se cuenta
en la corte.
JIMENA. El rey contólo.
BIBIANA. El rey lo inventa tal vez
al padre para premiar
en él: son los de Vivar
gente en verdad de honra y prez.
Mas diz que ha venido a menos.
JIMENA. Podrá haber sido en hacienda,
mas no hay nadie que pretenda
rebajarles en lo buenos.
BIBIANA. De ajar al mozo no trato;
mas diz que al rey sin respeto
dejo tirado en un seto
a la par con el jabato:
y pues ni cortés le alzó,
ni sacó de su acción fruto,
paréceme que es tan bruto
como el bruto que mató.

Sintió, Jimena, la injuria
de tal frase, y sintió el fuego
pronto a estallar de una furia
justa, con ímpetu ciego.

El genio feroz del conde
se reveló un punto en ella:
mas su ímpetu corresponde
resistir a una doncella.

Bajó los ojos, calló,
y dejó la ira pasar.
Pasó, sonrió y tornó
conversación a trabar.

Y una mirada tan pura
como el sol de la mañana
posando sobre Bibiana,
la preguntó con dulzura:

JIM. ¿Por qué le quieres tan mal?
BIB. No le tengo antipatía,
pero tengo la manía
de que ha de sernos fatal.
JIM. ¿Por qué?
BIB. Con él he soñado
dos veces ya, y en las dos
corría de ambas en pos
furioso y ensangrentado.
JIM. Dos veces también con él
soñé y sangre le tenía,
pues de la guerra volvía
con el sangriento laurel:
con que el doble sueño augura
que va a ser un gran guerrero.
BIB. Es que aún no te he dicho entero
mi sueño: en él su figura
era la de un asesino:
la sangre que le manchaba
era tuya: te acababa
de matar.
JIM. ¡Qué desatino!
BIB. Yo soy muy supersticiosa:
soñarlo ambas, es preciso
que sea del cielo aviso.
JIMENA ¡Delirio!
BIB. Siempre me acosa
desde que tal he soñado:
y el mozo, por quien sentía
al principio simpatía,
por darme miedo ha acabado.
Rompe con él.

Tornó el fuego
de la ira a arder en Jimena;
pero, más que altiva, buena,
dijo, templándose luego:
JIM. Bien: si debo… romperé,
y si después que le veas
y le hables hoy, tal deseas
que haga…
BIB. ¿Le amas?
JIM. Sí a fe.
Siento que en mi corazón
se acrecienta cada día
su cariño.
BIB. Niñería
sin consecuencia.
JIM. Pasión
profunda, según la siento
mi corazón asaltar,
y ocuparme sin cesar
voluntad y pensamiento.

Interrumpió su quehacer
Bibiana, y muy tristemente
dándola un beso en la frente
dijo a la doncella

BIB. A ser
lo que me dices verdad,
y tal a ser tu pasión,
va a ser…, ¡es mi convicción!
una gran fatalidad.
JIM. ¿Por qué lo ha de ser?
BIB. Escucha;
Tú eres niña y áun no ves
la sociedad tal cual es;
yo, sin perspicacia mucha,
tengo tacto y reflexión;
y en mí la falta de ciencia
suplen la grande experiencia
del tiempo y la observación.

Tu padre con el rey priva
años hace, y se me alcanza
que nunca la real privanza
partirá con alma viva.

Don Diego Laínez, padre
del doncel que te enamora,
sea porque al rey ahora
mostrar gratitud le cuadre

a la estirpe del mancebo
que la vida le salvó,
o por razones que yo
ni alcanzo ni alcanzar debo,

del rey a obtener empieza,
según se dice, un favor,
que tiene ya ojo avizor
a toda nuestra nobleza.

La ambición es mala amiga
y con la envidia se aloja,
y al conde tu padre enoja
que se piense y que se diga

que puede hombre alguno haber
que le pueda hacer mal tercio:
en política y comercio
todo el numdo es mercader;

y el favor es mercancía
que todos quieren pujar,
aunque tengan que empeñar
toda su hacienda en un día.

Si en otra ocasión pudiera
dar tu mano a don Rodrigo,
lo que es hoy, ya te lo digo,
es imposible que quiera.

El conde, si otro en Castilla
favor gana y es don Diego,
ha de odiarle desde lueogo,
y ha de ser su pesadilla.

La demanda de tu mano
por su hijo tomará a injuria:
que la ambición y la furia
turban el juicio más sano.

Nunca el amor querrá ver
en demanda semejante
sino afán de irle delante
en la privanza y poder.

Calló Bibiana: Jimena
quedó muda y pensativa,
de nueva tan aflictiva
devorando mal la pena;

y la nodriza creyendo
corroborar molivándola
su razón, acariciándola
siguió a Jimena diciendo:
BIB. Jimena del alma mía;
si fuera sólo un capricho
todo esto que aquí te he dicho,
jamás dicho te lo habría.

Tengo a tu padre respeto,
gratitud, veneración;
pero de tal posición
te he revelado el secreto

a riesgo de entristecerte,
porque como a hija te quiero,
y a tu desdicha prefiero
mi desventura y mi muerte.

Muchos nobles le han pedido
para sus hijos tu mano,
y por el conde Lozano
desairados han salido.

El conde a tu inclinación
atenderá, no lo niego;
pero el hijo de don Diego
viene en muy mala ocasión.

Convencida imaginaba
ya a la muchacha tener
y peroraba a placer;
mas con su amor no contaba.

No sé qué vago rumor
de Jimena hirió el oído,
por Bibiana no sentido
de su charla en el calor,

que atajándola, sin tiento
se lanzó a la celosía
de un ajimez, que se abría
en el contiguo aposento.

Siguióla inquieta Bibiana:
V empinada en la tarima
del alféizar, por encima
de su hombro, por la ventana

miró, pero ambas en vano
gastaron vista y oído:
ni nada vieron, ni el ruido
se percibió más lejano.

—¿Qué fué? — preguntó Bibiana.
— No sé — respondió Jimena:
Creí oír…, mas nada suena.
BIB. No vendrá tan de mañana.

JIM. Pero al fin ha de venir
hoy o mañana; ¿qué hacer?
¿con él sin razón romper?
¡No! Ni yo le he de decir
lo que él acaso no sabe
y en lo que parte no tiene;
ni a mí este amor me conviene
que sin razón por mí acabe.

BIB. Déjamelo a mí pulsar.
Veremos después de oír
lo que te viene a decir,
cómo lo hemos de arreglar.
¿No sabe él ya que yo sé
que te ha visto y que te ha hablado?

JIM. Sabe que hay siempre a mi lado
quien nos oye y quien nos ve:
y que de no ser así
ni me viera ni me hablara;
que más que mi amor me es cara
la honra limpia en que nací!

BIB. Bien, Jimena; y pues que todo
como ha debido ha pasado,
después que él se haya explicado,
yo me explicaré a mi modo.

Y con lo mal que el tiempo anda
y con vuestra poca edad,
yo haré sin dificultad
que él suspenda su demanda.

Y si os queréis bien los dos
y Dios el tiempo mejora,
lo que no atemos ahora
más tarde lo atará Dios.

......................

Y así diciendo Bibiana
y dando un beso a Jimena,
tornó aquella a su faena
y esta tornó a la ventana.




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