La leyenda del Cid: 72
VIII
editarV
editarLos hombres como los Arias
no sufren más que intervalos
de debilidad; el tino
pierden tal vez, nunca el ánimo.
Al medio día del sétimo
el buen viejo Arias Gonzalo
llamó a asamblea en la plaza
a todos los zamoranos.
A la infanta doña Urraca
obligó a que en un estrado
la presidiera, y así
habló a sus conciudadanos:
«Habitantes de Zamora,
oíd, que con todos hablo,
desde el primer barón libre
hasta el último vasallo.
Don Diego Ordóñez de Lara
nos reta como a villanos
y traidores si al traidor
Bellido D'Olfos no damos.
Bien sabéis que hemos revuelto
la ciudad de arriba a bajo,
y a lo que parece a D'Olfos
o ampara o se llevó el Diablo.
Veo con asombro y duelo
vuestra flaqueza y desánimo
y que en lugar de batiros
pensáis sólo en sinceraros.
Por mi parte, de los fieros
de don Diego ya estoy harto,
y he resuelto con mis hijos
salir con él a hacer campo.
Mas saber antes me importa
si con justicia me bato,
pues no quiero como bueno
morir en empeño malo.
Ciudadanos de Zamora,
por todo lo que hay sagrado
en el cielo y en la tierra
os conjuro y os demando
que declaréis si hay alguno
entre vosotros culpado
de parte o conocimiento
en la muerte de don Sancho.»
«¡No!» — respondieron a un tiempo
todos. — «Por Cristo jurádmelo.»
dijo él: y dijeron todos
a una voz: «Te lo juramos.»
«Elegid, pues, siguió el viejo,
doce barones fiados
que vayan a hacer del duelo
las condiciones y pactos:
y en cuanto esté hecho el palenque,
puestos de Dios al amparo,
mis hijos y yo en la liza
haremos lo que podamos.»
Dijo Arias; y la asamblea,
sus doce jueces nombrando,
se disolvió, y doña Urraca
les envió al Real Castellano.