La leyenda del Cid: 19


La leyenda del Cid

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Era costumbre de entonces;
un noble, señor de estados,
no dependía del rey,
le prestaba voluntario
servicio con su mesnada;
mas si descontento, o harto
de su servicio, con él
quería romper el pacto,
le decía o le escribía:
«Señor, os beso las manos;
desde este momento dejo
de ser ya vuestro vasallo.»

Si los servicios del noble
rehusaba el soberano,
se lo intimaba, le daba
treinta y tres días de plazo
para salir con su gente
de las tierras de su mando,
y rota entre ambos la liga,
quedaban libres entrambos.

De esta costumbre aceptada,
y de esta ley al amparo.
estábase despidiendo
del rey el conde Lozano,
en un pergamino, en donde
con legibles garrapatos,
había escrito la frase
convenida en tales casos.
Y ya tenía sujeto
su pergamino enrollado
con un cordoncillo de oro
con el cual le estaba atando;
y ya había puesto cera
del cordón en los dos cabos,
para dejar con dos sellos
lo escrito dentro cerrado;
cuando oyó un clarín que hacía
con son imperioso y alto
seña de abrir el rastrillo
a alguien que llega del campo.
Frunció el conde el entrecejo
al oír son tan osado,
que manda más que demanda
abrirle al castillo paso.

Y estaba de tal audacia
la explicación esperando,
con impaciencia visible
y ceño aun encapotado,
cuando el noble que debía
ir a dar al rey Fernando
su pergamino, en la cámara
entró con otro en la mano.

—«¿Qué hay? — dijo el viejo. — Señor,
respondió el recién llegado,
un paje de hoscos modales
este pergamino os trajo.

— ¡Y cómo! — ¿Cómo?, en la punta
de la lanza: y en reparos
sin andarse, presentómele
diciendo: Al conde tu amo.

— ¿De quién? — No quiso decirlo;
diómele desde el caballo,
tómesele, y volvió grupas
con no visto desenfado.»

Abrió tal misiva el conde;
y al leer con ojos ávidos
el nombre del que la firma,
se le tornó el rostro pálido.
Si de cólera o de miedo
no es fácil adivinarlo,
porque dos voces a un tiempo
al corazón le han hablado
con aquel nombre su ira
y su conciencia; y los rayos
que en él la ira le enciende,
en él la conciencia apágalos.

He aquí lo que el pergamino
decía en sus garrapatos;
que escribir bien, no fué nunca
propiedad de fijosdalgos:

«Esto es lo que yo Ruy Díaz,
hombre libre é infanzón,
escribo al conde Lozano
ante Dios nuestro Señor.
Non fué de un home sesudo
ni de un infanzón de pro
facer denuesto a un fidalgo
que es tan noble y más que vos.
Mano en mi padre pusisteis
delante al rey con furor,
sin curar al denostarle
de que soy su fijo yo.
¿Y cómo vos atrevisteis
a un home a quien solo Dios,
siendo yo su fijo, puede
facer aquesto, otro non?
Mal fecho ficisteis, conde;
yo vos reto de traidor,
y en el campo vos atiendo
fasta la puesta del sol.
Non vos valdrá el ardimiento
de mañero lidiador,
porque lidiarán conmigo
la justicia y la razón.
Catad que salgades, conde;
que tan mozo como soy,
yo os reto de solo a solo
fiando mi causa a Dios.
Y ved que si non viniéredes
do atendiéndovos estoy,
pondré fuego a vuestros montes,
non vos dejaré un pastor
ni una oveja con pellejo,
ni una espiga en granazón,
ni una yerba con un tallo,
ni un árbol con una flor.
Si non viniéredes, conde,
ataré el vuestro blasón
de mi caballo a la cola,
e arrastrando de mí en pos
le llevaré por las tierras
de Castilla y de León,
acusándovos por ellas
de cobarde y de traidor.
Y esto es lo que yo, Ruy Díaz
de Vivar, libre infanzón,
escribo al conde Lozano
a los pies del Redentor.»

..........................

No podía el conde menos
de sentir la convicción
de que él era en tal demanda
el desleal agresor;
pero al leer las palabras
del reto y la acusación
del mancebo de Vivar,
su vanidad le cegó.

No vió que aquellas injurias
escritas en el dolor
de la afrenta hecha a su padre
por el joven infanzón,
nunca equivaler podían
a la injuria que infirió
él a su padre sentándole
en la faz un bofetón;
y ofendido de aquel reto,
prueba noble de valor
y amor filial en el joven,
de cólera se embriagó.

Resuelto de un modo u otro,
cara a cara o a traición
a vengarse de Rodrigo,
por él herido en su honor,
caballo, broquel y lanza
a grandes voces pidió,
y salió a él del castillo
con toda la guarnición.

Desde lo alto del cerro
tendiendo en su derredor
una mirada voraz
como la de hambriento halcón,
en medio de la llanura
al mozo a ver alcanzó,
que le esperaba a caballo
y apoyado en su lanzón.

El conde al verle allí solo,
con alegría feroz,
bajando a escape la cuesta,
dijo... «¡Ah rapaz, allá voy!»



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