La leyenda del Cid: 81
IX
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editarAquí, y antes de seguir,
debe el autor decir algo
que quisiera, como hidalgo
de Castilla, no decir.
Mas aunque sólo un romance
escribe y de luenga edad,
decir de ella la verdad
debe en él a todo trance.
Y es: que entonces un varón
poderoso, desterrado
por su Rey, se iba a otro Estado
a servir a otra nación.
Y como entonces España
estaba de Reyes llena,
que por razón mala o buena
andaban siempre en campaña,
por el más fútil motivo
el mejor campeón cristiano
para irse a un campo pagano
ponía pie en el estribo.
Y agotaba sus tesoros
un Rey cristiano, para ir
un hermano a combatir,
en pagar huestes de moros;
y no era entre estos mal visto
que un moro a sueldo tuviera
toda una mesnada entera
de caballeros de Cristo.
Vencedor o derrotado,
el Rey a quien se adhería
el desterrado, salía
con él rico o arruinado;
y así allegaban tesoros
o perdían sus pendones
los desterrados varones,
ya cristianos o ya moros;
y el Rey que les desterraba,
si tan potentes los vía
que por fuertes los temía
o de ellos necesitaba.
les levantaba el destierro;
y no echaba lo pasado
sobre el Rey ni el desterrado
baldón, mancilla ni yerro.
Hoy fueran estos señores,
que al moro daban ayuda
contra cristianos, sin duda
renegados y traidores;
pero del Cid en la edad
no eran cosas excesivas
éstas, y eran relativas
fe, virtud y lealtad.
Con que el Cid va desterrado
y el Rey sus feudos le embarga:
si el Rey su destierro alarga
él se ha de ver obligado
a vivir por cuenta suya,
y para dar el Cid paga
a su hueste, tal vez haga
algo que en su pro no arguya.
Mas si hace tal, ¡vive Dios!
que no hacen de ello memoria
la tradición ni la historia,
y no he de ir contra las dos
yo, que autor de estos romances
tengo por mi héroe al Cid,
y debo al grande adalid
sacar bien de malos lances.
Ni él pudo hacer más ni menos
de lo que entonces se hacía,
ni dar de él es cuenta mía
más que resultados buenos;
y como en último, todo
por el éxito se mide,
si él sale bien, ¿quién nos pide
el cómo, el porqué, ni el modo?