La leyenda del Cid: 99
XI
editarVI
editarMuerta antes que él doña Urraca,
su misteriosa enemiga;
muerto por su gloria el áspid
de la cortesana envidia,
terror de la mora gente
y adoración de Castilla,
todos creyeron que el Cid
a la corte volvería.
Mas nada el Rey habló de ello,
y un mes trascurriendo iba,
y el Cid moraba en Cárdeña
con Jimena y con sus hijas.
Y el Rey al Cid no llamaba
y el Cid no se despedía,
y Cardeña para el Cid
debe ser mansión tristísima.
Pasó otro mes; Alfagib,
el moro que la morisma
tiene más bravo, más firme
de alma y de más dura vida,
levantando nueva hueste,
con invasión imprevista
se entró por tierras de Burgos
hasta dar sobre Medina.
A tal insulto y audacia,
montó don Alfonso en ira,
y esta carta desde Burgos
escribió al Cid con gran prisa:
«Los males del alma encuentran
en los campos medicina,
y a ti tan sólo en los míos
respeta la morería.
En campaña está otra vez
Alfagib: sobre su pista
ponte y no envaines la espada
hasta dejarle sin vida.
Toma tu hueste y mis huestes
si crees que las necesitas:
yo cuidaré de tus tierras,
agrándame tú las mías;
y por Dios que no te pares
hasta dejármelas limpias
de moros, aunque tras ellos
tengas al mar que dar vista.»
Súplica u orden, los Reyes
ordenan cuando suplican;
y al Cid toca concluir
con aquel moro la lidia.
Si es orden, no tiene réplica,
y si súplica, es justísima;
orden o súplica, el Cid
cumplir ésta determina.
Y mientras echa su gente
a los caballos las sillas,
con el correo del Rey
le mandó estas breves líneas:
«Señor, hay males del alma
que no curan medicinas,
ni el aire de ningún campo
ni de corte alguna alivian.
Pero hay hombres que, más fuertes
que el mal que les martiriza.
por curar de las del Rey,
no curan las propias cuitas.
Yo soy de esos; parto al campo
por vos y vuelvo a la lidia:
yo os cuidaré vuestras tierras,
cuidad vos de mi familia.
Y si Dios no me abandona,
de mí no os daré noticia
hasta que tras de los moros
al mar Tirreno dé vista.»
Partió el Cid y agradeció,
el Rey su pronta partida,
aunque echó a baladronada
lo de avistar la marina.
Y a Jimena, como a esposa
de un hombre de tal valía
queriendo tratar, fué a hacerla
a Cardeña una visita.