La leyenda del Cid: 38

La leyenda del Cid


Ruy Díaz, hombre de puños,
de seso y de corazón,
es hijo de la fortuna
y favorito de Dios.

Donde él mete sus dos puños
de campañas en cuestión
por sus puños queda siempre
suyo el campo y el honor.

Donde él en duda o apuro
da una idea u opinión,
duda y apuro se allanan
por lo que él imaginó.

El último en la palabra,
es el primero en la acción;
y en defensa de Castilla
siempre dice: — ¡Allá voy yo!

El móvil de sus hazañas
es la gloria y la extensión
del pendón y las fronteras
de la patria en que nació.

Y antes de que él de su tierra
deje arrancar un terrón
a Emperador, Rey o Papa,
ni el privilegio menor
de su absoluto derecho
de independiente nación,
aunque arriesgue padres, hijas,
hacienda, vida y amor,
aunque haga campo la Iglesia
e incurra en excomunión,
con él se las ha de haber
Papa, Rey o Emperador.

Sin una tacha en su vida
ni una mancha en su blasón.
jamás los ojos altivos
ante hombre alguno bajó:
jamás volvió un paso atrás,
ni tuvo retractación
que hacer de dicho ni de hecho
en cuanto dijo y obró.

Invencible combatiente,
generoso vencedor,
entre amigos y enemigos
ganó prez y estimación.

Los moros le llaman Cid,
los cristianos Campeador;
y donde él campea, campa
por sí solo como el sol.

A los árabes da miedo,
a los cristianos valor,
a los extraños envidia,
y a todos admiración.

Los castellanos le adoran,
el Rey le da su favor,
y delante de el del Rey
va a la guerra su pendón.

Mas do lleva por Castilla
la victoria de sí en pos,
el pendón del Rey tremola
sobre el campo que ganó;
porque el Cid es de Castilla
la personificación,
y donde él vence, es quien vence
su patria, el pueblo español.

Por eso el rey D. Fernando
a Calahorra le envió
de sus derechos a ella
por juez y mantenedor.

Por sí el Rey aragonés
a Martín Gómez sacó,
como la primera lanza
de su reino de Aragón.

Lidióse en campo cerrado:
bien Martín Gómez justó,
pero en el segundo encuentro
le sacó el Cid del arzón.

Bote mortal por desgracia
para tan buen justador,
el Cid ganó a Calahorra
del bote que le mató.

Holgóse el Rey D. Fernando
del pro de su campeón;
y avezado ya del Cid
a fiar su honra y su pro,

«puja» le dijo; y pujando
Ebro abajo, en meses dos
a moros y aragoneses
trajo el Cid a la razón.

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Y mientras él se batía
por Dios, Rey, patria y honor,
Jimena en Vivar moría
de angustia y melancolía
consumiéndose de amor.

Y de este amor puro y bueno,
siempre en soledad y luto
envuelto, y de angustias lleno,
siente Jimena en su seno
que gesta ya el primer fruto.

Y viendo que no volvía
de la guerra a do era ido,
Jimena, triste, decía
a Bibiana: «¡ay ama mía
esto no es tener marido!»


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