La leyenda del Cid: 31
III
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Enigmas vivientes son
los corazones humanos
y escudriñar sus arcanos
jamás podrá la razón.
Con que el Rey, sin pretender
sus enigmas explicar,
mas sabiendo manejar
el genial de la mujer,
en una larga sesión
con Jimena y las infantas,
dio a aquella razones tantas
que la trajo a la razón.
Entre el amor y el deber
encastillada Jimena,
de su esperanza y su pena
no sabía a cuál ceder:
mas sobre su pena había
trascurrido el tiempo ya,
y su esperanza quizá
más con el tiempo crecía:
de modo que a la razón
su corazón al ceder,
no tuvo mucho que hacer
el Rey con su corazón.
Con su razón tardó más
en avenirse; a mi ver
más por mirar al deber
y por no volverse atrás.
Pero el Rey era hombre ducho:
y tan bien lo manejó,
que al fin Jimena creyó
que hacer más sería mucho:
y entre el amor y el deber
dejando que la convenza
el Rey, pudo sin vergüenza
dejar al amor vencer.
Al fin en llanto rompió
de las infantas en brazos,
y entre ellos hecho pedazos
el viejo deber quedó.
Con sus hijas aposento
el Rey la dió en su palacio,
y al duelo sin dar espacio
y dando al amor fomento,
a Ruy Díaz escribió:
«Ven: que la ley te condena
a casarte con Jimena:
hombre dé quien le quitó.
Con Valduerna y Belforado,
con Cardeña y con Saldaña
la doto, y serás de España
el barón más hacendado.
Y pues, cumplida la ley,
a lidiar tendrás que ir,
no tardes en acudir
a la voluntad del Rey.»
Llegó a Vivar tal mensaje:
y como buenos vasallos
aprontaron sus caballos
padre e hijo para el viaje.
Dejando órdenes Rodrigo,
para que a la lid se apreste
mientras él torna, su hueste,
tomó a su madre consigo.
Sus dos hermanos, a quienes
Rodrigo empequeñeció
porque su valor le dió
más favor, fortuna y bienes,
la acompañaban sin ceño
de envidia vil y rastrera,
de ver que en su casa era
el mayor el más pequeño.
Seis acémilas cargaron
de bodas con el presente,
y escoltados por su gente
a Burgos enderezaron.
Y al ir a montar los dos
al padre preguntó el hijo:
«¿qué os parece?» — Y aquél dijo;
«Hijo, que estaba de Dios.»