La leyenda del Cid: 114
XIV
editarIII
editarSu venia al Rey pidió el Cid
para tornarse a Valencia.
y el Rey se encargó en su ausencia
del cuidado de la lid:
y habiendo cobrado aquél
su tizona y su colada,
nombró quien en la estacada
entrase a lidiar por él.
Per Bermudo, hombre de entero
corazón y de buen puño,
y el Burgalés Gustios Ñuño,
buen mozo y buen caballero.
Los dos sus sobrinos son
hijos de primos hermanos,
y de los dos deja en manos
su causa y satisfacción;
y para el conde don Suer
por si tercia, deja en fin
a Gil Gómez Antolín,
sobrino de su mujer.
Caballos y armas les dió,
y con sus buenas espadas
de sus hijas ultrajadas
la venganza les fió.
Su fe como buen vasallo
amparando de la ley,
encomendados al Rey
les dejó, y montó a caballo.
Bajó el Rey, familiarmente,
a despedirle hasta fuera
del portón, porque lo viera
desde la plaza la gente:
y díjole así al partir:
«O yo quien soy no he de ser,
o te han de satisfacer:
tranquilo te puedes ir.»
Ido el Cid y Alfonso vuelto
al alcázar, a aprestar
la lid comenzó: a llevar
a cabo la lid resuelto.
Más días don Suer pedía:
en los treinta se cerraba
el Rey: y el tiempo pasaba
y se iba el mes día a día.
Los dos condes a Carrión
sin venia del Rey se fueron:
pasó el mes y no volvieron,
ni se hubo de ellos razón.
El Rey ordenó a don Suer
que ante él a Carrión se fuese
y a sus sobrinos dijese
que les iba el Rey a ver.
Don Suer a Carrión partió:
mas en son de rebeldía
defensas y bandería
a levantar comenzó.
Acudieron con bandera
a las de Carrión sus gentes,
con señales evidentes
de que miedo o traición era;
mas antes que en rebelión
se alce y la traición se apreste,
con una crecida hueste
cayó el Rey sobre Carrión.
Tuviéronsele que abrir
de las dos banderas juntas
los jefes, a sus preguntas
sin saber lo qué decir.
Dió al Rey don Suero a entender
que en ellos no había dolo:
que todo aquello era sólo
seguro en Carrión poner.
El Rey con acento duro
dijo: que donde él estaba.
ninguno necesitaba
más que de él fe ni seguro:
y que si al día siguiente
no se efectuaba la lid,
daría a Carrión al Cid
con condes, feudos y gente.
Osó don Suero alegar
con excusa subrepticia
que no iba el Rey con justicia
entre él y el Cid a juzgar:
y que pues ya se mostraba
por el Cid antes del duelo,
contra su fallo ante el cielo
por los condes protestaba.
Entonces echando el manto
atrás, y furioso irguiéndose
dijo el Rey, hacia ellos yéndose
con gesto y voz que dió espanto:
«Ni de ellos ya ni de vos
dilaciones más prolijas
quiero aceptar. ¡Voto a Dios!
dad pro al Cid vosotros dos
que azotasteis a sus hijas.
Pues con azotes herís
a mujeres, hombres malos,
o como hombres os batís,
o como perros morís
en una picota a palos.»
Nadie había visto jamás
tan airado a Alfonso Sexto,
y a su voz y ante su gesto
se echaron todos atrás.
Mandó la lid prevenir:
y abriendo puente y rastrillo
la guarnición del castillo
hizo sin armas salir:
e izando su real pendón
sobre el castillo condal,
quedó como feudo real
el condado de Carrión.