La leyenda del Cid: 100
XI
editarVII
editarCuando el Rey al irla a ver
la brindó en Burgos a entrar
con él, la santa mujer
no quiso a Burgos volver,
ni en él su rango cobrar.
En vano con sutileza
la arguyó el Rey: sus razones
escuchó ella con tristeza
y desechó con firmeza
del Rey las proposiciones.
En vano la dió a entender,
que tenía que casar
dos hijas; y que, a su ver,
en la corte había de ser,
no en Cárdeña ni en Vivar.
«De eso, señor, aun no cuido:
es pronto — dijo ella — y ya
sabéis que, de Burgos ido
el Cid, su mujer no está
bien allí sin su marido.»
Discreto el Rey no insistió;
su escrúpulo mujeril,
o respetó o lo afectó;
y con largueza gentil
a sus hijas regaló.
La dejó servicio y oro
de su real casa, y tesoro
con que sostener su porte
de dama de alto decoro,
y dió la vuelta a su corte.
Y aquella mujer modelo
de amor y fe conyugal,
con sus hijas y su duelo,
siguió al amparo del cielo
en la soledad claustral.