La leyenda del Cid: 26

La leyenda del Cid


Pero a una seña del mozo,
en el alcázar del Rey
los cinco reyes cautivos
metió su guardia también;
y una seña hecha ante muchos
y que muchos pueden ver,
ser por muchos puede a veces,
interpretada a través;
y como dice un refrán
ciertísimo a mi entender,
suele tomarse la mano
aquel a quien se da pie;
y como en Castilla poco
va de gentío a tropel,
y como entrarse en palacio
vieron muchos a ocho o diez,
creyéndose autorizados
para lo mismo otros cien,
cien vivareños primero
y mil de Burgos después
y todos cuantos cupieron
se metieron a su vez:
lo cual suele siempre en juntas
populares suceder.
Los reyes, los triunfadores
y los célebres se ven
en sus triunfos y ovaciones
en un caso como aquél.
Espinas son de la gloria,
sinsabores del placer
y hiel de la miel del mundo,
do nada completo es.

Ruy Díaz puso a la gente
fosca faz; mas tarde fué,
pues fué ya la galería
superior a trasponer,
cuando del salón franqueaba
ya un rey de armas el cancel
y salia a recibirles
a la galería el rey.
Don Diego y su hijo intentaron
afinojarse a sus pies;
mas él recibió afectuoso
en sus brazos al doncel.
Desde escaleras y patios
y pórticos pudo ver
el honor que el rey le hacía
todo el pueblo burgalés:
y el pueblo, que ya le adora
porque en él su héroe ve,
rompió en vítores que hicieron
el palacio estremecer.
El Rey, que ve de muy lejos
y su porvenir prevé,
vió que con él ante el pueblo
ganaba siendo cortés;
y así en voz alta trabó
la conversación con él,
para que el pueblo de su honra
parte alcanzara a tener.


El REY. Bienvenido seáis, Ruy Díaz;
¿qué es lo que ahí me traéis?

RODRIGO. Cinco reyes tributarios
por un conde que os maté.

EL REY. Cinco por uno, Ruy Díaz,
es grande usura; que os den
su tributo a vos, que vos
sois quien preso les habéis.

RODRIGO. Yo les apresé por vos:
mas si vos no les queréis,
darán parias a mi padre
y honraré así su vejez.

El REY. De buen hijo y buen vasallo
buenas prendas ofrecéis.
Buena es la presa y es vuestra;
yo os hago de ella merced.

RODRIGO. Me Servirá su tributo
al campo para volver.

EL REY. ¿No descansareis en Burgos?

RODRIGO. No me encuentro en Burgos bien.

EL REY. ¿Pues en Burgos qué os enoja,
Ruy?

RODRIGO. No me lo preguntéis.

EL REY. Yo despejaros de enojos
a Burgos puedo tal vez.

RODRIGO. Yo no puedo en parte alguna
estarme quieto.

EL REY. ¿Por qué?

RODRIGO. La inquietud de mi alma corre
por mis manos y mis pies.
Yo nací para campear,
dejadme al campo volver.

EL REY. Entrad antes en mis cortes
y consejo me daréis.

RODRIGO. Soy mozo aún para dárosle.

EL REY. Yo soy ya viejo, y hacer
no he sabido a sesenta años
lo que vos a veintitrés,
con que entrad : que los que saben
obrar tan pronto y tan bien,
pueden tener voto en Cortes
y dar un buen parecer.

Al viejo y al mozo, afable
tomó las manos el rey,
y entró en el salón, guardando
un rey de armas el cancel.
Y quedó la muchedumbre
fuera esperando, hasta ver
la salida que tendría
esta entrada de los tres.


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