La leyenda del Cid: 37
IV
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Nuevas están esperando
del Cid el Rey y Jimena:
ella en Vivar con gran pena
e inquieto en Burgos Fernando.
Ella, el ángel del hogar,
tuvo con sus propias manos
los ojos a los hermanos
de Ruy Díaz que cerrar.
El uno, al fin consumido
por su enfermedad interna,
fué de esta vida a la eterna
pasando a paso medido.
El otro, tal vez del Cid
envidioso, fué a campaña
y fué su primer hazaña
caer en la primer lid.
Trajéronle moribundo
a Vivar; y, hermana buena,
en su agonía, Jimena
le ayudó a salir del mundo;
y desolada en Vivar
quedó, de su esposo lejos,
consolando a los dos viejos
como el ángel del hogar.
El Rey por su parte anda
mustio y falto de reposo,
porque el moro revoltoso
se rebela o se desmanda.
Y proyectando una empresa
contra Aragón y Toledo,
está esperando, con miedo
de que Ruy no torne apriesa.
Al fin tornó una mañana;
y Alvar al Rey cuentas dió
de cómo se aseguró
la libertad castellana.
De cómo en junta en Tolosa
un Nuncio y jueces romanos
ante ellos y los germanos
dejaron a España airosa.
Explicó así por qué tanto
tardaron de allá en volver,
e hizo, al fin, al Rey saber
lo del Cid y el Padre Santo.
De ello holgó el Rey muy contento;
y al demandarle jovial,
por qué ante el Papa hizo tal,
dijo el Cid con firme acento:
«Porque español de fe sana,
gobernar al Papa dejo
las iglesias: mas no cejo
ante la ambición romana.»
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Suspenso el Rey se quedó
a estas palabras del Cid:
y cuando les despidió
estar les recomendó
prontos para entrar en lid.
Y Alvar, que todo lo apunta,
y todo lo toma a peso,
dijo: «Ruy, se me barrunta,
que es el solo hombre que junta
con buenos puños buen seso.»
Y partiéndose a la par,
fuese el Rey a su aposento,
y Alvar y Ruy a descansar:
aquel a su alojamiento,
y éste a su paterno hogar.
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La alegría y el dolor
saliéronle a recibir
con el ángel del amor,
que ayuda consolador
allí a espirar y a vivir.
Hijo y padres se agruparon
en los brazos de Jimena,
y en su regazo lloraron
por los que en ella encontraron
al morir hermana buena.
Y con su amor y dolor
encerrados en Vivar,
sintieron consolador
ir poco a poco al amor
tornando el gozo al hogar.
Que todo amor lo acomoda,
y acaba con toda pena;
y Dios la ventura toda
envió a Vivar con la boda
de Rodrigo con Jimena.
Mas como Dios siempre es justo
y ha nivelado en la tierra
el placer con el disgusto,
y siempre en continuo susto
al amor tuvo la guerra,
volvió a la guerra a llamar
otra vez el atambor;
y tornó el Cid a campear
y a quedar sola en Vivar
la vejez con el amor.
Y al anochecer del día
en que el Cid había partido,
Bibiana triste decía
a su Jimena: «Hija mía,
esto no es tener marido.»