La leyenda del Cid/Capítulo I/VI
I
editarVI
editarCuando al fin de su carrera
Rodrigo Díaz llegó
del robledal a la vera,
a un paje no más halló
que le habló de esta manera:
«Tu padre, a escape al tornar
a Burgos torvo y mohíno,
te envía por mí a ordenar
que deshagas el camino
y le esperes en Vivar.»
El mancebo, aunque azorado
por lo que el paje le dijo,
obedeció a lo mandado
en la sumisión criado
y el respeto de un buen hijo;
y vueltas dándose a dar
a lo que a entender no acierta,
no dejó de caminar
cavilando hasta la puerta
de su casa de Vivar.
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Cuando a más del mediodía
repecharon del castillo
Jimena y su ama la vía,
dijo a aquélla en el rastrillo
el paje que se la abría:
«El conde a Burgos no ha un hora
al partir a rienda suelta,
dejó ordenado, señora,
que no volváis desde ahora
a salir hasta su vuelta.»
Jimena, aunque no avezada
á que nadie la dirija
orden así formulada,
la así por su padre dada
acató cual buena hija.
Y, aunque azorada, a no dar
su brazo a torcer resuelta,
se fué en silencio a encerrar
en su aposento, la vuelta
del conde en él a esperar.