La leyenda del Cid: 30


La leyenda del Cid

Llevó Ruy a Vivar sus moros:
todo el pueblo burgalés
le acompañó vitoreándole
en clamoroso tropel.
Su madre hospedó a los jeques;
y llorando de placer
besó a Ruy en las dos mejillas
al echar a tierra pie.
Los moros se convinieron
a dejar en su poder
dos de ellos, mientra el rescate
juntaban los otros tres.
Ruy Díaz con su palabra
se contentó, y mandó hacer
pandorgas y luminarias;
y los moros a su vez
hicieron sus torres de hombres,
y sus saltos de través
con gumías apuntadas
en la garganta y la sien.
Quedaron todos contentos
los de España y los de Fez,
y cuando todos partían,
y los de Vivar a ver
su marcha fuera del pueblo
iban alegres también,
en el umbral de su casa
Rodrigo y don Diego en pie,
este diálogo trabaron
empezado por aquél.

RODRIGO. ¿Qué os parece de esto, padre?

DON DIEGO. Lo que está de Dios no hay ser
que lo impida.

RODRIGO. ¿Y de la boda,
qué pensáis?

DON DIEGO. Que os casaréis
si está de Dios.

RODRIGO. ¡Él me abone
en su corazón!

DON DIEGO. Ten fe.

RODRIGO. ¡Cuando vea y reflexione
que yo a su padre maté!....

DON DIEGO. No te quite eso el sosiego.

RODRIGO. ¿Por qué no?

DON DIEGo. Porque yo sé
que el amor, que es niño y ciego,
ni reflexiona ni ve.


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