La leyenda del Cid: 87
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editarVI
editarAl mediodía en palacio,
el Rey de vuelta del templo
estaba a solas con Alvar,
del Cid la carta leyendo;
y unas veces sonreía,
y otras enarcaba el ceño,
según la impresión que hacían
sus renglones, que eran éstos:
«Señor, dado os he dos años
para que tuvierais tiempo
de reflexionar, y en calma
leyerais lo que os contesto.
Téngovos de replicar
y de contrallarvos tengo,
que no han pavor los valientes
ni los no culpados miedo.
Si finca muerta la honra
a manos de los denuestos,
menos mal será enforcarme
que el mal que me hacéis con ellos.
Yo seré en tierra homildoso:
mas ved bien que no os ofendo
si teniendo los mis brazos
cuido alzarme sin los vuestros.
Dos vegadas hubo cortes
desde antaño, por invierno,
mas un año me impusisteis
y yo cuatro de destierro.
En León ficisteis cortes;
y yo los campos corriendo
fazañas fice, y desfice
de los moros los pertrechos.
Lo fecho en Alcalá vedes,
non lo que fica primero;
y es mal juzgador quien juzga
sin mirar todo el proceso.
Folgad, señor, que los moros
respeten mis fechos buenos,
que si no me los respetan
non vos guardarán respetos.
Asaz me parecéis blando,
pues que de tiempo tan luengo
de apretarvos en la jura
vos duele el escocimiento.
Porque os apreté allí mucho,
os saqué de aquel aprieto,
y no quedó en vuestra honra
por mí ningún cabo suelto.
Mentirá quien me achacase
que hube en lo de D'Olfos tuerto;
pues a más que sin espuelas
cabalgué por prisa y yerro,
consta a todos lo que fice
en su fuga y en el reto.
Mas siempre vencen falsías
la fe de los nobles pechos:
y pues gasté mis haberes,
en prez y servicio vueso,
y de lo que voy ganando
os hago señor y dueño,
nada me confiscaredes
vos, ni vuesos consejeros;
pues mal podredes tollerme
faciendas que no poseo.
De hoy más seré facendoso:
pero de vos cerca o lejos,
aunque para mí me gane
nunca para vos me pierdo.
En prueba os mando las llaves,
los tributos y los pechos
de las tierras que conquisto
para vos y por vos tengo.
Vos me habedes desterrado,
movido según entiendo
de envidiosos o cobardes,
por escuchar los consejos.
No tornaré a vuestra corte:
mas por Dios que con mis fechos
os iréis de sus falacias
y mi lealtad convenciendo.
Tenedme, pues, mis condados,
confiscadme vos mis feudos,
idme vos quitando haciendas…
yo os iré ganando pueblos:
y a este paso, Rey Alfonso,
fío en Dios que acabaremos,
vos por hacerme justicia,
o yo por vos en ser muerto.»
Esto escribía atrevido,
el noble Cid, respondiendo
a las querellas injustas
del Rey don Alfonso Sexto.
Al concluir de leer
dijo el Rey a Alvar: «Soberbio
me escribe aún: mas su escrito
no quita a sus obras mérito.
Decidle que no le llamo
ni le levanto el destierro,
porque no cobren los moros
con su retirada aliento.
Que le serán a Jimena
todos sus bienes devueltos,
y que del tiempo pasado
ni se acuerde, ni me acuerdo.»
No le satisfizo mucho
a Alvar de Minaya esto;
mas el Rey no pasó a más,
y se contentó con ello.