La leyenda del Cid: 103
XII
editarIII
editarY yendo a Jimena a ver
tales nuevas la fué a dar:
y aquella santa mujer
con lágrimas de placer
se las oyó relatar.
Y cuando de él llegó a oír
que el Rey la daba licencia
a Valencia para ir,
quiso al instante partir
con sus hijas a Valencia.
Siempre que el Rey la brindó
su alcázar, jamás le hirió
con negativa absoluta;
mas, cauta, jamás volvió
a su corte disoluta.
¿Fué vanidad personal?
¿Fué afán de guardar su extraña
posición excepcional?
¿o fué, fiel, casta y leal,
la mejor mujer de España?
Mujer del Cid Campeador
de su padre matador
y casada por el Rey,
de ser se impuso la ley
santuario de fe y honor.
Y lo fué: y en la nación
do un Rey de moral tan ancha
alardeó de corrupción,
no echan en ella una mancha
ni historia ni tradición.
Aquella mujer dotada
de tal fe y tan buen sentido,
de Dios se estuvo amparada
mientras el Rey separada
la tuvo de su marido:
y en cuanto el Rey la soltó,
paloma que busca el nido
que su único amor labró,
desde el convento voló
al hogar de su marido.
Y el Rey comprendió asombrado
que mientras él por un lado
su reino a palmos perdía,
por otro a pies se lo había
engrandecido un soldado.
Y no sabemos decir
si con placer o pesar
vio a aquel soldado cumplir
su palabra de seguir
a los moros hasta el mar.
Y nadie podrá saber
si el Rey en su corazón
al Cid en Valencia al ver,
llegó del Cid a tener
más miedo que admiración.