La leyenda del Cid: 54
VI
editarIII
editarAunque ven que a don Alfonso
tanto el cielo se le anubla,
amor sus pueblos le tienen
por su garbo y donosura.
Don Alfonso es hombre bravo:
mas en él la fuerza bruta
ni domina a la razón
ni embrutece la bravura.
Educado por su hermana
que es hembra avisada y culta,
don Alonso tiene el brío
amoldado a la cultura.
Jamás le exalta la ira
aunque impaciente la sufra,
y al meterse en el peligro,
aunque le ve no le asusta.
Es hermoso y bien formado;
mas en sus formas robustas
tiene algo de femenino
y de infantil su hermosura.
Tiene los ojos azules,
la melena riza y rubia,
las manos como alabastro
y sonrosadas las uñas:
los pies pequeños; se calza
con pretensión; se perfuma;
y aunque es hombre y hombre de armas
el parecer bien le gusta.
Cuando es menester pelea;
pero muy diestro en la lucha,
evita las cicatrices
en la faz, que desfiguran.
Liberal y dadivoso,
pero no rico, procura
dar con gracia, porque el garbo
de dar la largueza supla:
de modo que satisface
más con los modos que usa
que con lo que da, y por ellos
con todos se congratula.
Tiene dos defectos: uno,
que cuando da en dar abusa,
dando a extraños como a propios
como sus antojos cumplan:
otro, que oye a cortesanos
que a otros muerden y a él le adulan,
y en sus afectos mal firme
a poco viento se muda.
No miento un tercer defecto
de que la historia le acusa
y es que le gustan las hembras,
lo que para mí no es culpa.
Los leoneses le quieren,
y si sufren la coyunda
de don Sancho, es porque ven
la suerte y la fuerza suyas.
Don Sancho ve que su triunfo
su influencia dificulta,
y por dominar la tierra
se revuelve, avanza y puja;
porque sabe que los pueblos
pronto a todo se acostumbran,
y del poder y la gloria
la aureola les deslumbra.
Donde una villa se le alza
cae veloz y la subyuga,
y hace al amor que no adquiere
que el pánico sustituya.
Todo el verano ha gastado
en recorrer de una en una
las villas y las ciudades
del reino que a fuerza usurpa;
y en el agosto dejando
la capital insegura,
se le rebeló, arrostrando
de su audacia las resultas.
Fatales fueron: don Sancho
con minas y catapultas
la batió, la entró y la impuso
la pena igual a la culpa.
Cortó las cabezas altas;
diezmó la gente menuda,
y con sus huestes leales
la mezcló para ir a Asturias.
Era en ella don García
ocasión de desventuras,
germen de duelos y escándalos
con su ceguedad estúpida.
Un favorito avariento,
plebeyo vil sin alcurnia,
la voluntad le domina,
y la reflexión le ofusca.
Por su consejo las leyes
más insensatas promulga,
y en vicios inmundos hoza
y sus blasones deslustra.
Nada respeta ni atiende
su avaricia y su lujuria;
prende, asalta, roba, expolia,
mata, deshonra y estupra.
El odio de sus vasallos
se atrae; y se le conjuran
nobles y villanos, hartos
de su tiranía impúdica.
Con su favorito un día
al cruzar la plaza pública,
se le mataron a hachazos
y escapar él fué fortuna.
Rota la valla, los nobles
de Galicia en una junta,
cogieron de libertarse
de él la ocasión oportuna.
Don Sancho que la esperaba,
mientras Galicia y Asturias
están por el en secreto
llenas de espías y escuchas,
cogiéndoles divididos
y por el mando en disputas,
metió en Galicia sus huestes
como en conquista segura.
Y aunque era enero y de frío
era la estación muy cruda,
el Rey por la tierra llana
y el Cid por la sierra inculta
van avanzando triunfantes
ganando terreno a una;
y como a libertadores
las ciudades les saludan.