La leyenda del Cid/Introducción/V
V
¿Quién soy? —¿Quién lo sabe?— Yo mismo lo ignoro.
Creyente sincero del Dios en quien fio,
á él solo me humillo, y á él solo le imploro,
do quier le he hallado velando en bien mio;
do quier le bendigo, le canto y le adoro:
do quier sus creencias evoco con brío;
cantar mi fe firme no tengo á desdoro:
no tengo del pobre vergüenza ó desvío,
mi pan con él parto, su mal con él lloro:
y no me da nunca recelo ni hastío
su sórdido traje, su oscura mansion.
Los más escondidos rincones exploro,
y en todos á todos mi fe les confío,
contando á los unos un cuento sombrío
y haciendo con otros ferviente oracion.
Tal es mi destino: sin oro ni hogares,
excéntrico, errante, locuaz, vagabundo,
mi herencia son sólo mi fe y mis cantares
do quier que me lleva mi fe por el mundo,
y allí donde un dia mi espíritu mora,
yo soy el consuelo del alma que llora:
yo cierro las llagas que el tiempo no cura
con bálsamo suave de amor y ternura:
yo riego la herida que encona la ausencia
de dulces recuerdos de amor con la esencia;
y á mí me confian su afán y sus cuitas
las almas que abrigan pasiones secretas
á eterno silencio y misterio sujetas,
y cuyas historias conservo yo escritas.
Yo vivo con esas: yo sé sus azares:
yo lloro con ellas su afán y pesares,
yo parto con ellas su oculta afliccion:
y cuando abandono por fin sus hogares,
la hiél de sus penas las vuelvo en cantares
y mi alma las mando bajo una cancion.
Yo soy como las nubes,
que los vapores
derraman hechos lluvia
sobre las flores;
mi alma es un vaso
que miel vierte en las almas
que encuentra al paso.