La leyenda del Cid: 92
X
editarXI
editarCon bélica comitiva
aun para un Rey no pequeña.
corre el Cid con ansia viva
la senda que monte arriba
va de Burgos a Cardeña.
Ya avista sus capiteles,
ya ve en su puerta y ventanas
su blasón de seis cuarteles,
y oye que sus monjes fieles
le volean las campanas.
Ya al atrio que salen ve
su esposa y sus hijas, que
le esperan con hondo afán,
y a los monjes que de pie
tras ellas y en torno están.
Su bizarro hijo don Diego,
a quien su padre el Cid dió
un corcel que ardiente y ciego
parece que alienta fuego,
fue el primero que llegó;
y en grupo que huye al pincel
y a la pluma, con su madre
y hermanas quedó el doncel
hasta que fué a unir a él
su gran figura su padre;
y nunca el arte pagano
pudo ni en su Laocón
crear grupo tan galano;
porque el grupo castellano
tenía fe y corazón.
Dos chispas con que el cristiano
da vida a su creación :
que no cupieron en don
al arte griego y romano
en su fría inspiración.
Lloró el Cid cuando Jimena
y sus hijos le abrazaron.
Basta: porque de una escena
de estas jamás copia buena
pluma ni pincel sacaron.
De piedad cristiana ejemplo
marido y mujer, en pos
llevándose de los dos
sus tres hijos, en el templo
entraron a orar a Dios.
Él de sus padres difuntos
lloró ante la sepultura;
y ella al recordar los puntos
de su muerte, les vió juntos
del firmamento en la altura.
Cuando tan santo deber
juzgaron cumplido haber
como debían, contentos
del claustro a sus aposentos
fueron marido y mujer.