La leyenda del Cid: 48

La leyenda del Cid

Doña Sancha, Reina noble,
madre buena, esposa casta,
vivió envuelta en el respeto
y murió como una santa.
Querida de sus vasallos
y por sus pueblos llorada,
dejó, ramo de virtudes,
celeste aroma en su patria,
y Dios la evitó ver de ella
las desventuras nefandas,
de las que al romper su vida
rompió el demonio las vallas.

Apenas su cuerpo frío
en su sepultura entraba,
rugió don Sancho, león
escapado de su jaula.
Juntó a sus nobles y díjoles:
«Barrera de Europa España,
al cristianismo protege
de la invasión musulmana.
Si ha de ser España grande,
es preciso unificarla;
y arrojar de ella a los moros
si Europa ha de ser cristiana.
Mi padre partió a Castilla
cuando iba haciéndose ancha,
y de mantenerse unida
cuando la hacía más falta.
Antes que el amor de padre
era el amor de la patria;
y antes que el respeto de hijo
es mi deber de monarca.
Don García y don Alonso
hacen contra mí alianzas,
y me insultan, me hostilizan
y las fronteras me asaltan.
Yo les dejara ser Reyes
si conmigo se juntaran,
y fuéramos tres en uno
contra la morisma bárbara.
Mas si hoy no doy yo sobre ellos,
darán sobre mí mañana;
y sólo serán los moros
los que saquen la ganancia.
Mi padre nos hizo libres
de Roma y de la Alemania;
pero me amarró las manos,
y me recortó las alas.
Quiero ser rey de Castilla
como mi padre, sin trabas;
y hacer de ella, sino el único
el primer reino de España.
Ya sabéis quién es don Sancho
y qué bandera levanta:
con que, si queréis seguirla,
por don Sancho tremoladla.»

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Este discurso capcioso,
cuyas brillantes palabras
doran de un mal corazón
la ambición y la falacia,
como alucina a los buenos
y a los aviesos halaga,
las voluntades de todos
del Rey en favor arrastra.
Juró, pues, fe al Rey don Sancho
la nobleza castellana,
y de la lid fratricida
se preparó a la campaña.



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