La leyenda del Cid: 102


La leyenda del Cid

Sitiada tiene a Valencia
el Burgalés capitán:
y ésta fué su grande hazaña
y la mayor de su edad.

Sitiada tiene a Valencia;
y hasta ella para llegar
tuvo que hacer maravillas
de brío y sagacidad.

Para llegar a Valencia
y expeditos conservar
los caminos, y enemigos
no dejar de sí detrás,
tuvo que pasar tres años
de vigilias y de afán,
de Reyes cristianos y árabes
haciéndose respetar.

A quién le ayudó en sus lides;
a quiénes les puso en paz;
a quiénes venció en batalla;
a quiénes dió libertad.
Tuvo a alguno que vender;
tuvo a alguno que comprar;
por muchos ayudar se hizo;
tuvo, en fin, cauto, sagaz,
prudente, osado y constante
para dar cima a su plan,
tantos odios e intereses
que extinguir y concordar,
tantos riesgos que prever
y tanta dificultad
que vencer hasta Valencia
las vías para allanar,
y a los moros comarcanos
hasta ver prendidos ya
en la red de su estrategia
e incapaces de dañar,
hasta tenerlos por suyos
por fuerza o por voluntad;
y ayudado de Alvar Fáñez
en su idea pertinaz,
hizo en fin tales prodigios
de valor y habilidad,
que fueron trabajos de Hércules
y labores de Titán.

Mas al fin sitió a Valencia,
cuya opulenta ciudad
tienen los Almoravides,
que ayudaron a matar
al hijo de Aly Maimún;
de cuya muerte fatal
la venganza dió ocasión
al Cid para irla a sitiar.

Defendiéronse los moros
con fiera heroicidad;
mas atacóles el Cid
sin dejarlos respirar
día ni noche sin tregua
hasta que sin poder más
tuvieron amedrentados
con él que capitular.

De moros y de cristianos
fué asombro conquista tal,
y postróse ante el Cid todo
el Aragón musulmán.

Cuando se supo el buen éxito
de una empresa tan audaz,
difícil aún para un Rey
poderoso por demás,
llevada a cabo por solo
un infanzón de Vivar,
los señores de Aquitania,
del condado catalán,
de Tolosa y de Narbona,
de Beziers, Tarbes y Dax,
del Rosellón y el Pirene
oriental y occidental,
los príncipes más ilustres
de toda la cristiandad,
enviaron sus mensajeros
al Cid a felicitar;
y fueron del Cid tan altos
el poder y autoridad,
que quedó sobre la tierra
con los Reyes por igual.

Mas él luego que en Valencia
se vió, determinó enviar
por ella pleito homenaje
a su señor natural.
Y el rey don Alfonso Sexto
vió un día a Burgos llegar
a Alvar Fáñez de Minaya,
con don Tello Sandoval,
don Diego Ordóñez de Lara
y otros nobles de solar
burgalés, con lujo y porte
de una embajada real.
Doscientos caballos árabes
al Rey conducidos van
por esclavos africanos;
traen en el arzón de atrás
de la silla un saco de oro,
y en el de adelante están
puestos doscientos alfanjes
en tahalís de Tafilat.
Los esclavos, negros, traen
como esclavos de un Sultán
ajorcas y brazaletes
y collares de coral:
y los sacos traen del Rey
el blasón particular
como si fuesen dineros
de su renta personal.
Alvar Fáñez de Minaya
en el salón al entrar
en donde el Rey presidiendo
cortes en Burgos está,
afinojóse; y pidiéndole
su regia mano a besar,
del Cid le entregó una carta
a guisa de credencial.
Decía: «Rey don Alfonso:
desde Burgos hasta el mar
libre el camino os he puesto;
ved si mandáis algo más.
Valencia es vuestra: las parias
que vuestra por ser os da
van en doscientos saquillos
de a cien doblas cada cual.
Las tierras que hay intermedias
desde Castilla hasta acá,
también son vuestras; las tengo
en nombre vuestro no más:
y tengo el placer, señor,
de haberos podido dar
más tierra que vuestro padre
os dejó por heredad.
En premio, señor, enviadme
a mi mujer, que tendrá
en ver el mar que no ha visto
un grandísimo solaz:
y si os pluguiere venir
por él un paseo a dar,
decídmelo, para haceros
de aloe un barco labrar.
No extrañéis, señor, mi oferta
ni mi estilo algo oriental;
que a fuerza de andar con árabes
tengo algo de árabe ya:
mas culpaos a vos sólo
si cambie de natural,
pues vos me habéis hecho siempre
entre los moros morar.
Para que aquí no concluya
por leer en el Koran
en vez de en los Evangelios,
atréveme os a rogar
que me enviéis obispo y clero
y campanas y lo al,
esta ciudad moslemita
cristiana para tornar.
Y aunque os vayan a decir
que toda el África va
a venir a recobrarla,
tranquilo, señor, estad:
yo la sabré defender
como la supe tomar,
y mientras yo viva en ella,
cristiana y vuestra será.
Con esto os beso las manos;
y os ruego que me tengáis
por vuestro mejor vasallo
y servidor más leal.»

El Rey don Alfonso Sexto
era hombre harto perspicaz
para no ver que ya el Cid
de él estaba casi a par:
y como Alvar con los suyos
con aparato triunfal
la ciudad habían cruzado
a palacio antes de entrar,
ya por el Cid todo Burgos
entusiasta, era capaz
de alzarse contra el Rey mismo
por el héroe de Vivar.
Don Alfonso al ver el riesgo
de su popularidad,
del mismo riesgo hizo base
para hacerse popular.
Tomando, pues, una pluma,
en llano estilo cordial,
escribió al Cid en respuesta
estas palabras no más:

«Valencia y todas las tierras
que has sabido conquistar,
antes son tuyas que mías,
puesto que tú me las das.
Tenlas, pues, por mí o por ti
como te acomode más,
o haz con ellas a tus hijas
un dote y feudo condal.
Con Alvar irá Jimena
a Valencia a ver el mar;
y si a mí me viene antojo
de mecerme en su cristal,
al Cid, señor de Valencia,
pediré hospitalidad;
no como a un vasallo mío
sino como a un Rey mi igual:
que vasallos como tú
que a su Rey un reino dan,
si no son Reyes como él,
con él merecen reinar.»

Ante los ojos del pueblo,
del palacio en el umbral.
expuso Alvar esta carta
que le dió el Rey sin sellar;
y cuando del contenido
se enteró el pueblo leal,
rompió en aplausos de modo
que pareció un huracán.

Y si al Cid sirvió bien Alvar,
tampoco al Rey sirvió mal;
y si bien lo hizo el Rey, bien
le supo Alvar ayudar.


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